¿Cuánto duró la epopeya de la Liberación? Lo que duró el temple de Wall Street. El derrumbe de la Bolsa destruyó media docena de billones de dólares y crispó los nervios al máximo. Tres veces habló Jamie Dimon en la semana. Como si su tarea habitual fueran los comentarios para la TV (que consume la Casa Blanca) y no conducir J.P. Morgan. Pero su trabajo es influir y lo hizo a la perfección. Los peces gordos que rodeaban sonrientes al presidente Trump en su asunción se convirtieron, de repente, en pirañas enloquecidas por el río de sangre. Y no retacearon las mordidas entre sí (Elon Musk versus Peter Navarro, Bill Ackman versus Howard Lutnick, y viceversa). No obstante, no fue la Bolsa la que forzó la marcha atrás del gobierno. No. Trump 2.0 se diseñó ex profeso a prueba de los berrinches de las acciones. Fue el mercado de bonos -la tasa de 30 años desbordando 5%- el que le arrebató el joystick al presidente. Porque la escalada de las tasas largas no tiene antídotos. Una vieja lección de la política que James Carville le explicó a un joven Bill Clinton allá por 1992. Es verdad, el público se renueva. Y los presidentes, también.
A Donald Trump se le acabó el crédito y dio una urgente marcha atrás: ¡Sell América!
El derrumbe de la Bolsa destruyó media docena de billones de dólares y crispó los nervios al máximo. Fue el mercado de bonos -la tasa de 30 años desbordando 5%- el que le arrebató el joystick al presidente.
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Tregua arancelaria y señales de la Fed dan respiro temporal a los mercados globales: Wall Street, en verde

Trump arruinó a las acciones, los bonos del Tesoro y el dólar, a todos en simultáneo.
La zozobra de los bonos del Tesoro obligó a pausar la cruzada comercial por 90 días al nivel del arancel universal del 10% para todos los países, a excepción de China (en línea con lo que planteó dos días antes Bill Ackman, de Pershing). O sea, las pancartas amarillas que el 2 de abril detallaban la “reciprocidad” país por país se desactivaron ya. Y su efecto inmediato fue una euforia monumental (en reacción espejo al daño que provocaban). China es un capítulo aparte. Los aranceles siguieron trepando hasta superar la cota que inhibe el comercio directo bilateral. Trump los llevó a 145%, Xi replicó con 125%. A esta altura solo permiten el contrabando y la triangulación. Habrá que apurarse a negociar (se sabe, Beijing ahora no tendrá prisa). El fin de semana ya se conoció una primera claudicación (dedicada a Apple). Washington habilitó la importación de productos electrónicos -como celulares y laptops- libres de aranceles “recíprocos”. Mejor el paso atrás que la rebelión de las masas.
Trump lo hizo: ¿cuál es el destino del vuelo a la calidad?
¡Sell América! Con su temeraria iniciativa del Día de la Liberación, Trump arruinó a las acciones, los bonos del Tesoro y el dólar, a todos en simultáneo. Ni el gobierno efímero de Liz Truss en Gran Bretaña en 2022 consiguió tanto en tan poco tiempo. Mandar a pique a Wall Street y, a la par, incitar una estampida de las tasas largas y la huida de la moneda es la receta propia de un enclave bananero, y no el manual de crisis de un país G7. ¿Cuál es el refugio para preservar el capital? En el viejo orden internacional que Trump vino a torpedear eran el dólar y los bonos del Tesoro. Aun si la crisis fuera de confección estadounidense, como la de la deuda subprime y el colapso de Lehman Brothers. ¿Y hoy en día? ¿Cuál es el destino del vuelo a la calidad? Europa, con la moneda común y los bunds alemanes. Las monedas que proveen fondeo: el franco suizo y el yen japonés. Apunta Nassim Taleb: el pequeño Nerón logró lo que ningún evento, ninguna tensión, ninguna pandemia desde Bretton Woods, reemplazar el dólar como moneda de reserva por el oro. En el margen, se entiende. Pero la fuga de capitales es una señal que balconea de frente al abismo. Con Biden, en EEUU no había riesgo país. Trump lo hizo.
La Fed, lista si es necesario
Si el dólar y los bonos del Tesoro no son refugio apropiado en la tormenta, entonces la tormenta debe cesar. Washington no puede promoverla so pena de sucumbir por su propio impulso. Esa es la razón de la marcha atrás que la realidad, y los empresarios influyentes (que además sufragan las campañas de los políticos), le impusieron a Trump. No solo terminó su luna de miel, se le acabó el crédito. ¿Es el fin de su saga comercial? Continuará, pero ya hemos visto el pico tolerable de la crispación. Urge desescalar. Y no por temor al mercado bear o a la recesión, hoy el horizonte más probable. La desconfianza de los consumidores e inversores ya se instaló allí. No. La prioridad es otra. Escuchemos a Susan Collins, gobernadora del banco central. “La Fed está ´absolutamente` lista para mantener el funcionamiento estable de los mercados financieros si es que surge esa necesidad”, dijo en el clímax de la zozobra. A buen entendedor: que no surja un accidente de crédito, porque arruinará la dinámica presente en el acto. La saga comercial pasará a un segundo plano. Ya no podrá contenerse el daño apretando el modo pausa. Ni con nada que Trump diga o decida.
La posta para Scott Bessent
¿Qué tan cerca se estuvo de un momento Lehman? Difícil saberlo. ¿24 horas? ¿48? Y mejor no saberlo ni intentar averiguarlo. Quizás esta lección haya llegado a tiempo. Todo indica que Scott Bessent, el secretario del Tesoro, un trader con 35 años de experiencia en la trinchera de los mercados, toma la posta de las negociaciones comerciales desplazando las ideas de Peter Navarro. Es lo que pidieron Dimon y los financistas. Un adulto cerca del Salón Oval, que además oficie como Director de Riesgos. Bessent, que estaba en babia el Día de la Liberación, al punto de no saber con certeza cómo se construía el arancel que debía oblar China, fue quien convenció a Trump de que debía pisar el freno de inmediato. Bessent trabajaba con George Soros, cuando su Quantum Fund hizo saltar a la libra esterlina en 1992, y la eyectó del mecanismo cambiario europeo, la antesala de su incorporación a la moneda común. Le toca ahora desplegar el rol opuesto: ocuparse de defender al dólar y a los bonos y de evitar un percance que haga parecer el estallido cambiario de 1992 a un modesto juego de niños.
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