Donald Trump 2.0 presenta una diferencia esencial con su versión original. Lejos de ser un tónico para los “animal spirits” opera como una trituradora. Es una pena porque el presidente número 47 es más enérgico y audaz. Impulsa una agenda que esta vez no frena ningún “colaborador” encumbrado. Sabe lo que quiere, y sabe que debe atacar deprisa en todos los frentes para imponer su visión de cuajo antes que la oposición, y el mundo, salgan de su asombro. La idea de forjar un nuevo orden internacional, ante la necesidad de confrontar con China en pos de preservar la supremacía global, anima esta ofensiva relámpago de la que participan -como no aconteció en su primer mandato- Elon Musk y otros líderes empresarios de la alta tecnología. El problema -a esta altura, muy evidente- es la agenda en sí. Una agenda defectuosa, propulsada con frenesí, es doblemente peligrosa. Trump ya fue avisado. Si no corrige el rumbo, hay una recesión en su camino. Sería la segunda en su foja de servicios. La primera es atribuible al Covid. Pero la que asoma en el horizonte es toda suya. Con el abúlico Biden a cargo, hasta hace 45 días atrás, la economía de EEUU era la envidia del mundo, según la portada de The Economist. Hoy es un gran signo de interrogación. Uno más.
Donald Trump ya fue avisado: hay una recesión en su camino, pero igual insiste con la suba de aranceles
“Un cuadro de acrecentada incertidumbre, estancamiento de la actividad de negocios, y precios en alza”, es el escenario que señala el informe PMI. La confianza de la Fed (y en la Fed) está intacta, pero es la próxima que podría abollarse si no hay un golpe de timón.
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Wall Street no se asustará antes de comprobar que la suba de aranceles se ejecuta, que no es solamente una bomba de humo.
Lo que Trump dañó en tiempo récord es la confianza. De los empresarios y de los consumidores. Y de los países aliados tradicionales de los EEUU. Lo que Trump restauró con éxito desde que asumió fue la confianza que le negaba el mercado de bonos, pero salta a la vista que la economía real igual se frenó en seco. En enero se hundió la canasta de indicadores económicos líderes. En febrero, se contrajo el sector de servicios, por primera vez en 25 meses. El optimismo colapsó de súbito. Lo reemplazó, según el informe PMI, “un cuadro de acrecentada incertidumbre, estancamiento de la actividad de negocios, y precios en alza”. ¿Qué pasó? La agenda de la nueva Administración: la suba de aranceles, más declamada que ejecutada; los recortes de gastos; los virajes geopolíticos. Las compañías pequeñas detuvieron sus planes de inversión hasta que aclare. Dice el CEO de Alcoa sobre el anunciado aumento de 25 puntos porcentuales en los aranceles al aluminio: “Si sale así, va a costar unos 100 mil puestos de trabajo”.
La confianza se los consumidores y la confianza de la Fed
La confianza del consumidor se derrumbó en febrero por tercer mes consecutivo. Acá no existen dudas. Ya en enero, el consumidor se ajustó el cinto. Y redujo el gasto 0,2%. No porque enfrente estrecheces: su ingreso personal disponible aumentó 0,9%. Quiere ahorrar más ante la incertidumbre y la expectativa de una inflación sustancialmente más alta, entre otras razones, por la futura incidencia de los aranceles. “La mención al comercio internacional y a los aranceles” escaló en las encuestas de The Conference Board. Y la proporción de consumidores que anticipan una recesión a 12 meses vista trepó al mayor nivel de los últimos nueve meses. Dice Jeff Schmid, presidente de la Fed de Kansas City. “Las expectativas de inflación (de las encuestas de sentimiento del consumidor) son imperfectas, pero su fuerte incremento es una preocupación creciente”. La confianza de la Fed (y en la Fed) está intacta, pero es la próxima que podría abollarse si no hay un golpe de timón.
Una caída del PBI en el primer trimestre yace así a la vuelta de la esquina. Una recesión, todavía un par de pasos más allá. El pronóstico en tiempo real de la Fed de Atlanta, que es notablemente volátil, pasó de prever una expansión del PBI de 3,9% (13 días después que asumiera Trump) a una retracción de 1,5%. El frenazo del consumo es una explicación. Un salto de casi 30% de las importaciones -anticipándose a los cambios en los aranceles- es la otra novedad. Presumiblemente, un efecto de única vez. Pero no es el único pronóstico que viró al rojo. Ya citamos el sorpresivo repliegue de la canasta líder en enero que torció significativos avances en noviembre y diciembre. Y el miércoles se invirtió la curva de rendimientos del Tesoro (10 años versus 3 meses), otra señal que de persistir inoculará la desconfianza en los mercados financieros. Las tasas largas caerán, como Trump ordenó, pero con la suerte de la economía en la picota, no será motivo de alegría.
¿Qué tan probable es una recesión, entonces? Los factores negativos en danza son claramente reversibles. Todavía se transita un terreno de anuncios y expectativas, preñado de incertidumbre, pero libre aún del daño que pueden provocar los hechos consumados. El consumidor se asusta y se retrae, pero si se despejan sus dudas, dispone de ingresos para retomar su patrón de gasto expansivo. Sus expectativas de inflación se dispararon al alza; aquellas implícitas en las cotizaciones de los bonos, no. Y la inflación efectiva -según la mediana del deflactor de consumo o de los precios minoristas- se mantiene estable desde agosto. La Fed podrá bajar sus tasas si se debilita el mercado laboral, una vez que Trump defina un marco de política razonable. Podrá bajarlas igual si Trump no lo hace, pero su eficacia será dudosa. Ya se dijo aquí hasta el cansancio: el presidente es quien tiene la llave para sortear o complicar el trance.
Aranceles, vigencia y el modelo Gran Bretaña
Este martes, en principio, entrarían en vigencia los aranceles de 25% sobre Canadá y México. De suceder así, se viaja a una colisión frontal. Y aún con una alícuota moderada se le daría pie a un nítido pronóstico de recesión. Aducir avances (ciertos o no) en la lucha contra la inmigración ilegal y el fentanilo y postergar o suavizar la decisión -por lejos, el escenario más probable- sería una aspirina de alivio. Sin embargo, prolongaría la incertidumbre y la consecuente corrosión. Trump no cejará hasta cerrar un “deal”. Un acuerdo comercial con Gran Bretaña sin tocar la estructura de aranceles -una posibilidad que contempló tras su encuentro con el primer ministro Starmer- luce como la mejor solución disponible, sobre todo, si provee un modelo a seguir para los demás países.
Un sacudón de la Bolsa serviría para acelerar los tiempos antes que algo importante se rompa. Pero aquí anida una trampa circular. Si bien el sentimiento "bear" atrapa ya a 60,6% de los inversores minoristas, el doble de la media histórica y el máximo del último año, Wall Street no se asustará antes de comprobar que la suba de aranceles se ejecuta, que no es solamente una bomba de humo.
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