Quosque tandem abutere Catilina, patientia nostra? (¿Hasta cuando Catilina, abusarás de nuestra paciencia?) La culpa no es del chancho sino del que le da de comer. Lo postula un viejísimo refrán y razón seguro que no le falta. Cuando observamos en política, en economía o en los medios un fenómeno anómalo, antes de empezar a analizarlo hay que preguntarse quién lo financia. Y tras eso, por qué lo financia. Porque en las respuestas a esas dos preguntas seguramente vamos a encontrar más respuestas -y también nuevas preguntas– que aquellas que estamos buscando.
El paraíso libertario es un inquietante infierno esclavista
Antes de empezar es necesario señalar que no hay que confundir el liberalismo con libertarianismo. El liberalismo es una respetable y profunda idea económica y política a la que se puede adherir con orgullo. El libertarianismo, como veremos, es una degeneración del liberalismo, una cosa siniestramente diferente.
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El fenómeno de la proliferación de economistas libertarios en medios de comunicación y ahora, preocupantemente, también en la política, es un hecho que es necesario analizar con detenimiento y con cierta desconfianza a toda respuesta superficial. Es algo que no deja de ser sospechoso. ¿Cómo es esto? ¿Un día un montón de producciones de programas periodísticos se levantaron a la mañana y decidieron al unísono llamar, consultar y ponerle todo el tiempo una cámara y un micrófono enfrente a diez tipos que hasta hace diez minutos eran diez ilustres desconocidos? ¿Para colmo justo a diez tipos que coinciden todos en una misma ideología de extrema derecha que en el mundo tiene menos adeptos que el trotskismo? ¡Vaya casualidad!. No, seguro que la historia no es así. Lo más sospechoso de todo es que a veces se dé a entender que es así. Si mantenemos este inquietante interrogante en suspenso por un tiempo quizás podamos avanzar en aclarar algo más este opaco fenómeno.
Antes de empezar es necesario señalar que no hay que confundir el liberalismo con libertarianismo. El liberalismo es una respetable y profunda idea económica y política a la que se puede adherir con orgullo. El libertarianismo, como veremos, es una degeneración del liberalismo, una cosa siniestramente diferente.
Pues bien, a algunos pocos puede parecer entretenido, por horrible que sea, que en el trajinado gremio de los economistas se haya corporizado cual enviado de los cielos de una realidad paralela un personaje mesiánico capaz de putear de arriba abajo a altos dirigentes por simple rivalidad política. Alguien que con modales propios de un barrabrava, nada menos que el líder del movimiento -un alma bella que intenta denodadamente que pensemos lo contrario al punto de lograrlo- fanfarronee de la nada misma. Sin embargo cualquier censurable sonrisa cómplice rápidamente se borraría si se analiza qué cosas ocurrirían si la extrema agenda libertaria algún día fuera puesta en práctica en Argentina. Si la chance parece -y es- matemáticamente despreciable, no deja de ser posible.
En este específico caso libertario tenemos una gran ventaja de la cual carecemos en muchos de los análisis económicos que venimos haciendo. Y esa ventaja es que ese análisis puede ser de una rotunda brevedad. Pues bien, la aplicación de los postulados libertarios en la Argentina significarían ni más ni menos que el inmediato default de la deuda pública, la exponenciación del desempleo a niveles nunca vistos y la masificación total de la pobreza. Esas serían las iniciales consecuencias -solo las iniciales- de un hipotético cierre del Banco Central. Al respecto, en un aparte deberíamos preguntarnos por qué el líder de la corriente, afecto a las camperas negras estilo SS en actos políticos y a poses fotográficas de fanfarrón corte fascista fríamente estudiadas, ha hablado del incendio del Banco Central parangoneando a la quema del Reichstag llevada a cabo por Hitler a poco de tomar el poder en Alemania en febrero de 1933.
Yendo al meollo del tema del cierre -o quema- del Banco Central, eso significaría un viaje de ida sin retorno a una dolarización. La misma implicaría la imposibilidad práctica de financiar cualquier déficit, el consecuente aumento del riesgo-país, el default de la deuda pública, el despido masivo de empleados públicos, el colapso del sistema jubilatorio, la baja generalizada de los salarios en el sector privado y la pérdida de toda posibilidad de contrarrestar siquiera mínimamente algo de todo esto con política monetaria y fiscal. Todo esto sazonado con increíbles y enormes inconsistencias lógicas, porque… ¿cómo dolarizar al mismo momento que se bajan los impuestos? ¿Justo generar déficit fiscal cuando la dolarización impide financiarlo? Torpe de toda torpeza. Aberrante. Y ese es solo un ejemplo entre muchos de inconsistencias lógicas gravísimas.
A su vez el simultáneo y fortísimo achicamiento del Estado ensayado junto a masivas desregulaciones transformaría ese quimérico paraíso de la libertad en una cárcel esclavista de la cual es imposible salir. Imposible porque no habría recursos con lo cual poder hacerlo dado que una vez reducida la economía a la auténtica ley de la selva propuesta por los libertarios, diluido el Estado que ya no podría regular nada, no habría manera de que el mismo pueda regenerarse a sí mismo porque se habría transferido una parte mayoritaria de sus funciones, y del ejercicio del poder político a una minúscula élite empresaria. Mejor dicho, a una parte minoritaria del empresariado que estaría en condiciones de aprovecharse de la situación y por supuesto de los demás empresarios. La élite de dos o tres que cobija y financia al movimiento libertario. En TV hemos podido observar cómo cuando el líder de esta corriente, al preguntársele qué país del mundo ha adoptado esta vía, enmudece, empalidece y apenas puede musitar que Ecuador, Panamá y El Salvador para pasar aceleradamente a cambiar de tema.
Y es que aquí debemos puntualizar una duda vital: siendo tan evidentes las dramáticas consecuencias del camino libertario, ¿por qué quienes sostienen estas ideas las enarbolan? La respuesta abre muchas hipótesis. Bien puede ser que se trate de una postura radicalizada con el fin de diferenciarse, o el fruto de premisas mentales puestas arrebatadamente en errónea dialéctica, la consecuencia de una arcaica rigidez intelectual que no puede moverse un ápice de los postulados irreales de la corriente austríaca de pensamiento o -volviendo a nuestra pregunta inicial acerca de quién da de comer al chancho- una presión de un muy minúsculo sector empresario que en su fanatismo pro-mercado no termina de madurar que la vía libertaria no conduce a ninguna otra parte que al abismo, y no comprende que las reales soluciones hay que buscarlas dentro del sistema y no adolescentemente fuera del mismo como coquetean algunos libertarios con hacer.
Cuando decimos esto lo decimos de manera textual. Si el lector posee alguna duda al respecto puede googlear “Milei destrozó a Diego Giacomini: sos un imbécil”, y si selecciona el video correcto de entre el montonazo que hay en los que Milei bravuconea o llama como mínimo imbécil a cualquiera que difiere una coma de sus ideas, empalidecerá al escuchar al personaje diciendo que “las armas las tienen ellos”, y además “ellos tienen el monopolio del uso de las armas”. Vale decir que, evidentemente, un indeterminado grupo de libertarios, entre los que se cuenta su referente, se considera a sí mismo fuera del sistema. Solo quien está fuera del sistema puede hablar así. Teniendo en cuenta que se trata de un grupo que pretende desregularlo todo y acabar con todo monopolio habría que preguntarse si la desregulación incluiría el uso de las armas y si la eliminación de los monopolios también abarcaría al uso de las mismas. Porque queda clarísimo que en este grupo se ha discutido al menos en forma teórica, el uso de las armas para imponer sus ideas.
Podríamos extendernos mucho, muchísimo más en el análisis de todo esto. No lo haremos porque la lista de argumentos contra las posturas libertarias es interminable y segundo porque esas ideas no han prendido en absolutamente ningún lugar del mundo. Ni siquiera en Ecuador, Panamá y El Salvador, donde no se dolarizó por adhesión a ninguna ideología libertaria. Solo por un delirio empresario esto existe en Argentina,
Para cerrar agregaremos que el paraíso anarco-esclavista-libertario es una postura ideológica que intenta, con la excusa de ser una teoría económica -aunque es dudoso que pase de mera propaganda ideológica- viajar de polizón en la nave de las ideas económicas con el fin de acabar con la democracia en su afán de transformar al capitalismo en un instrumento de dominio de una élite privilegiada que podría imponer un poder transformado en omnipresente en una sociedad sin Estado y despedir así a diestra y siniestra sin siquiera indemnizar, y sin que los despedidos puedan eventualmente tampoco reclamar dado que los sindicatos habrían sido hecho añicos por completo. Vale decir: en una sociedad libertaria el Estado también existe: lo constituye el antojo de unos pocos empresarios. La democracia sería manipulable de una forma total. Ello explica el discurso virulentamente anti-clase política de este grupo, el cual es evidentemente utilizado y su irrupción en el escenario está claramente planificada hasta en sus más mínimos detalles. Los libertarios y la pequeña élite empresaria que los domina y los intenta imponer creen que la democracia puede y debe ser pisoteada con la excusa de un eficientismo económico, que para colmo nada garantiza que esta gente pueda brindar, porque un modelo por el estilo marcha hacia el megadesempleo y la oligopolización generalizada de la economía.
¿Hasta cuándo durará esta tortura de escuchar orquestadamente en gran cantidad de canales de noticias ideas libertarias cosa que no ocurre en ningún lugar del mundo? Seguramente hasta que quien le da de comer al chancho caiga en la cuenta del error y se lo lleve al lugar del que lo trajo. Al aeropuerto, ni más, ni menos. Como bien podría haber dicho Marco Tulio -no el atento y sabio descubridor de los plagios de Milei, sino el histórico: Cicerón– “¿Hasta cuándo Javier, seguirás abusando de nuestra paciencia?