No está muerto quien pelea, y Wall Street no se rinde. El índice S&P 500 subió de martes a viernes; hilvanó cuatro ruedas consecutivas en positivo, su despliegue más vigoroso desde enero. Es la segunda semana al hilo en alza. Su avance de 4,6% siguió de cerca la escalada del Nasdaq, 6,7%. Las 7 Magníficas, duramente maltratadas por Trump 2.0, volvieron a registrar destellos de esplendor. Tesla dio la nota el viernes con un salto de 9,8%. En la semana, la compañía de Elon Musk desafió el boicot y trepó 18%. Y tres de las mega-estrellas de otrora repuntaron más de 9%: Nvidia, Amazon y Meta. ¿Qué fue lo que revivió a la Bolsa? Hizo falta que el presidente retrocediera, y por partida doble, para que las acciones volvieran a tomar impulso. No hay dudas de que Trump y su agenda tóxica es el problema que desvela a Wall Street (y frena al mundo, según el panorama global que publicó el FMI). El presidente debió desdecirse para que se hiciera la luz. Que pusiera marcha atrás en dos temas candentes -como lo sugirió en relación con Jerome Powell y con China- fue la receta mágica que tonificó a los “animal spirits”. No fue solamente la Bolsa la que respondió con ganas, también se fortalecieron los bonos del Tesoro y el dólar. Lo que en tiempos pasados era una obviedad, ahora constituye toda una noticia.
Los mercados quieren creer: Donald Trump recula por partida doble y la Bolsa sube con ganas
Que el Presidente pusiera marcha atrás en dos temas candentes -como lo sugirió en relación con Jerome Powell y con China- fue la receta mágica que tonificó a los “animal spirits”.
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Los mercados demostraron con su reacción que quieren creer, que van a acompañar toda señal de distensión que emita Donald Trump.
Reculando con Powell y amabilidad con China
“No tengo intención de despedir a Powell”, dijo Trump el martes. A nadie más que a él se le había ocurrido la posibilidad. No fue un malentendido, ni un comentario ácido al pasar, sino un extenso planteo por escrito. “El despido de Powell no puede llegar lo suficientemente rápido”, había señalado en las redes sociales. A su juicio, el hombre fuerte de la Fed debía haber bajado las tasas de interés “hace tiempo” y “debía bajarlas ahora”. Powell no se dio por enterado. Ni entonces ni ahora. Trump, un obsesivo, insistió con un segundo posteo muy agresivo. Puede haber una desaceleración de la economía, “no un aumento de la inflación”, advirtió, si “el Sr. Demasiado Tarde, un gran perdedor, no baja las tasas AHORA”.
La respuesta de Powell fue el silencio de radio. Lo suyo lo dijo unos días antes: la Fed está en modo ver y esperar. La suba de aranceles fue mucho mayor a lo esperado. Y no hay antecedentes a mano para estimar sus efectos. La ley Smoot-Halley no los aumentó tanto y eso ocurrió en 1930. Es evidente que Trump lleva a la economía, y por ende a la Fed, a un terreno cenagoso que presenta riesgos crecientes de recesión y de inflación. Si el banco central, que cuenta con un único instrumento, la tasa, debe intervenir, tendrá que decidir muy bien cómo usarlo. De momento, no tiene apuro. La prioridad es obvia: evitar que se desanclen las expectativas de inflación. Bajar las tasas en ese marco, y hacerlo ahora, sería un desatino. Rebobinar la suba de aranceles, y quitar la incertidumbre que paraliza al comercio y a las empresas, es el paso adecuado. Y eso puede hacerlo Trump por su cuenta. No lo precisa a Powell para nada. Pero si no lo hace a tiempo, si la economía choca de frente contra la recesión (o, peor aún, contra la estanflación) le convendrá tenerlo a Powell y no haberlo despedido (aunque solo sea para usarlo como chivo expiatorio). De ahí que el presidente se dé por satisfecho y archive, por el momento, la idea de removerlo. Pero la reaparición pública de Kevin Warsh, ex gobernador del banco central, muy cercano a Trump, con críticas al rol de la Fed, es una señal de que existe un Plan B, aunque se mantenga en la guantera.
“Seremos amables con China”, dijo también Trump en su segundo viraje abrupto de la semana. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, el gran influyente hoy, preparó el terreno. La situación actual con China es “insostenible”, dijo. De ahí que en “el futuro muy cercano, habrá una desescalada”. Tenemos que darle “al mundo, a los mercados, una señal de alivio”, apuntó. Y asi fue que Trump suavizó su retórica significativamente. Habló de conversaciones con Beijing, y de una supuesta llamada de Xi Jinping, que China niega que hayan existido. En una entrevista posterior con la revista Time, Trump sostuvo el perfil componedor. Afirmó suelto de cuerpo que ya cerró “200 acuerdos comerciales”, y consultado sobre la razón por la que no se anuncian, dijo que “están hechos y se conocerán en las próximas tres o cuatro semanas”.
Economía y mercados: el reloj apremia
Nada de todo esto se puede corroborar todavía. Lo único que sí: el giro del discurso. Es evidente que después del fiasco del Día de la Liberación, el aumento de los aranceles a mansalva entró, como mínimo, en un largo compás de espera. Y también que se necesita destrabar la situación de embargo virtual que existe en el comercio con China. Ya se vio la “exención Apple” que liberó de tributos a una gama amplia de productos de consumo electrónico, desde celulares a laptops. En una conversación con los CEOs de Wal Mart, Target y Home Depot, Trump se notificó de la crítica posición de inventarios, las fuertes presiones de precios y el riesgo de desabastecimiento que se abaten sobre el comercio minorista. Despedirlo a Powell sería echar más leña al fuego y favorecer quizás un incendio descontrolado.
Pero al fuego existente hay que apagarlo igual, no basta con dejar de atizarlo. Urge tomar medidas para reconstruir la confianza y regularizar los flujos comerciales y la logística a precios estables. Eso requiere del arte de la negociación del que tanto se vanagloria el presidente. Lo de esta semana fue acusar recibo y responder a una realidad que se complica, con el arte improvisado de retroceder con elegancia. Pero el reloj apremia. Los mercados demostraron con su reacción que quieren creer, que van a acompañar toda señal de distensión. No cotizan todavía una recesión, aunque sí 10% por debajo de sus máximos de febrero. Por si acaso, el S&P 500 no abandonó aún la zona de corrección. Para salir de la parálisis, y para remontar la cuesta, no hay que bajar las tasas. No es Powell quien maniobra demasiado lento, es la Casa Blanca. Las empresas y los consumidores necesitan ver los “deals” que Trump dice haber abrochado por doquier. Bastará con un par de acuerdos concretos para afianzar el crédito. Hechos, no palabras. Que deberían conocerse antes que la economía comience a triturar empleos.
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