Una buena parte de la sociedad argentina sufre del síndrome de victimismo crónico. Tendemos a creer que nunca nos merecemos lo malo que nos pasa y poca vocación para comprometernos y hacernos cargo de buscar que nos pasen cosas buenas que puedan sostenerse en el tiempo. Es cierto que nuestra economía ha sido persistente en soluciones nocivas, y resistente a medidas virtuosas; pero no somos el centro del universo en materia de especiales bendiciones ni tampoco de las peores calamidades.
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El debe y el haber de 2021

Hagamos un repaso de algunas cosas buenas que en materia económica nos sorprendieron positivamente en este año; los activos y los créditos siempre los ponemos del lado del debe en la contabilidad:
El crecimiento económico terminará en un nivel cercano al 10% con un proceso de recuperación fenomenal de la caída sufrida en 2020, después de diversos pronósticos de organismos internacionales que proyectaban que a la Argentina le tomaría más de cinco años alcanzar el nivel de actividad del 2019. El déficit fiscal, todavía elevado en relación al PBI, probablemente logre un guarismo de 1-1,5 puntos inferiores a lo previsto en el presupuesto nacional. Las exportaciones, en buena medida motorizadas por la agroindustria, crecieron significativamente, en volumen y precio, lo que genera una expectativa muy favorable en el frente externo, dada la bimonetariedad instalada en la sociedad desde hace varias décadas. La inversión crece apalancada por la obra pública; y el empleo, aunque más lentamente, comienza a mostrar signos de recuperación genuina. De la mano de una tibia mejora en el consumo, la actividad industrial supera holgadamente los niveles del 2019, aunque se plasma diferenciadamente dependiendo del sector económico del que se trate. El coeficiente de Gini que indica el nivel de desigualdad que prevalece en nuestra sociedad, registra una tibia mejora del 4% medida en términos interanuales. De todas las pandemias que azotan al mundo, junto al covid, la desigualdad probablemente sea de las que más retrocedieron con este virus; no nos volvimos mejores.
Todos estos indicadores son parte constitutiva del tablero de comando macroeconómico pero sus indicios positivos no necesariamente se reflejan en el poder adquisitivo de la gente, sobre todo en los sectores de clase media sobre los que suelen siempre recaer los mayores costos de una economía debilitada.
Ahí es donde aparecen los pasivos y las deudas, que el sistema contable registra en el Haber; son las cosas que aún no hemos podido corregir y que actúan como un círculo vicioso, reduciendo nuestra capacidad de atraer más inversiones y acelerar la recuperación del salario:
La inflación no cede lo suficiente y se constituye en el impuesto más regresivo que tenemos para los sectores más vulnerables. Desacelerarla es la decisión más progresista que cualquier gobierno puede tomar. En la Argentina sabemos que no depende sólo del equilibrio fiscal; un frente externo complejo también la impacta y la falta de un anclaje de expectativas también. Acelerar con inteligencia la búsqueda de superávit fiscal, comenzando por eliminar los subsidios innecesarios y regresivos que aún mantiene nuestro sistema tarifario por un lado, y por el otro, mejorando la eficiencia de la recaudación impositiva que aún tolera niveles de informalidad del orden del 40%. Disponibilizar el crédito para proyectos de inversión privada aprovechando la coyuntura mundial de abundancia de dinero ocioso con tasas de interés muy bajas. Para este objetivo crítico será de vital importancia lograr el mejor acuerdo posible con el FMI, que nos permita seguir creciendo a la vez que nos ayude a ordenar el sendero macroeconómico. Generar un foro de discusión política, empresarial y sindical que favorezca el anclaje de expectativas de las variables más importantes de la economía y reduzca el nivel de incertidumbre que hoy sostiene una brecha en el tipo de cambio con pocos argumentos técnicos y mucho pánico financiero.
Al Gobierno le toca la mayor parte de la responsabilidad en hacer que todas estas cosas pasen. Pero todos los actores sociales podemos contribuir a construir confianza o a erosionarla. El valor de la palabra es enorme y su uso no siempre parece recordarlo.
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