Si hasta hace poco el centro del debate giraba casi exclusivamente en torno a la descarbonización, hoy se suman, con mayor peso, dos variables ineludibles: la seguridad energética y la asequibilidad.
Una nueva lógica en la transición energética: ¿Qué lugar puede ocupar Argentina?
La transición energética atraviesa un momento de redefinición. Como detallamos en nuestro más reciente informe de Boston Consulting Group, “After the Global Elections: The Next Energy Transition”, los resultados de las elecciones de 2024 en las principales economías del mundo han marcado un giro en la manera en que los gobiernos abordan esta transformación.
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Este nuevo enfoque no implica un abandono de los objetivos climáticos. Lo que se observa es un desplazamiento hacia estrategias más equilibradas, que reconozcan las particularidades de cada país y la necesidad de asegurar energía disponible, confiable y económicamente viable para sus poblaciones, al tiempo que se promueve el uso de los recursos nacionales y el desarrollo económico. La realidad energética global ya no se piensa como una carrera lineal hacia el cero neto, sino como una red de trayectorias diversas que deben contemplar los recursos, las capacidades industriales y las prioridades de cada nación.
En ese escenario más pragmático, Argentina posee una oportunidad concreta para reposicionarse. Los avances en la producción de hidrocarburos no convencionales nos han permitido alcanzar cifras históricas. Durante 2024, la producción de petróleo superó los 710.000 barriles diarios, el nivel más alto en más de dos décadas, y el gas natural se consolidó como un vector clave. Pero ese crecimiento también ha dejado en evidencia los límites de la infraestructura existente.
Argentina cuenta con los recursos, pero aún enfrenta una brecha en la capacidad logística para llevarlos a donde se necesitan: tanto dentro del país como a los mercados internacionales. La inversión en transporte (oleoductos, gasoductos, redes de distribución y terminales de exportación) es hoy una condición imprescindible para consolidar el potencial. El proyecto Vaca Muerta Oil Sur, que prevé la construcción de un nuevo oleoducto desde Vaca Muerta hasta la costa atlántica y una terminal de exportación, es un paso importante. También lo son la reversión del Gasoducto Norte y los avances en GNL, y en todos con participación de múltiples actores. El país necesita continuar afianzando la visión de largo plazo de manera sectorial para materializar la oportunidad que tenemos como país.
En paralelo, el futuro de la refinación en Argentina debe ocupar un lugar prioritario en la agenda. Si el mundo va hacia una transición flexible, donde los combustibles líquidos seguirán teniendo un rol relevante en las próximas dos décadas, entonces modernizar nuestras refinerías y potenciar su desempeño se convierte en un objetivo estratégico. Esto permitirá generar inversión y asegurar la competitividad del país en un mercado cada vez más exigente.
A esto se suma un nuevo factor de incertidumbre: la creciente tensión comercial entre potencias. La reciente imposición de aranceles recíprocos sobre tecnologías renovables en EEUU está añadiendo presión adicional sobre la transición energética. En el corto plazo, esto se traduce en mayores costos para proyectos solares y eólicos, con riesgos de desaceleración en mercados clave como el estadounidense. Si bien algunos especulan que países como China podrían redirigir exportaciones a otros destinos, la naturaleza global de las cadenas de suministro energéticas advierte sobre la posibilidad de un impacto más amplio en la dinámica de inversión y despliegue de renovables a nivel global.
Este escenario confirma que la transición energética no puede abordarse de manera aislada ni con soluciones estándar. Para países como Argentina, implica pensar de forma sistémica: invertir en infraestructura que conecte recursos con demanda, modernizar sectores tradicionales como la refinación para sostener la competitividad, y anticipar los impactos globales que puedan condicionar la evolución de las energías renovables, identificando oportunidades apalancadas en los vastos recursos naturales del país. La combinación de planificación, ejecución coordinada y visión de largo plazo será clave para aprovechar todo el potencial.
El informe de BCG plantea una conclusión clara: la transición energética no será uniforme ni inmediata. Será un proceso complejo, marcado por equilibrios políticos, económicos y tecnológicos. Los países que logren adaptar su estrategia energética con pragmatismo, visión industrial y coordinación público-privada, serán los que ganen protagonismo. Argentina tiene la oportunidad y también la responsabilidad de ser uno de ellos.
Por Leonardo De Lella, Managing Director & Partner de BCG
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