Berlín — Los diez días de la 75 Berlinale, que concluyó el sábado, volaron raudos por el cielo de esta ciudad entrañablement ligada a a la historia del cine. En esta década del siglo XXI se cumple el centenario del expresionismo alemán, cuyo impacto visual sigue vivo. ¿Qué es el flamante "Nosferatu" del norteamericano Robert Eggers, candidato a varios Oscars este fin de semana, rodado enteramente en Budapest, si no una conversación con el magnífico film de F.W. Murnau, con el que también conversan las versiones de Werner Herzog y Coppola, de los setenta y noventa, y otras imitaciones más pedestres?
El mundo digital le restó calor a la última Berlinale
Una edición prolija, pero en la cual las nuevas comunicaciones atenuaron el contacto con la prensa y los creadores. El mensaje político del argentino ganador, Iván Fund, caló hondo en el auditorio.
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El argentino Iván Fund, con su Oso obtenido en la Berlinale.
Berlín y el cine es una historia accesible porque se pueden hoy día visitar los estudios de la UFA en los años veinte, donde se rodaron títulos clásicos de Lubitsch, Murnau y Lang. Se llaman hoy estudios Babelsberg, el nombre de la localidad en las afueras de Berlin. Allí se palpa la continuidad de este complejo cinematográfico, manejado por el gobierno nazi imitando el modelo industrial hollywoodense. En la DDR se rebautizaro como estudios DEFA, al estilo soviético. Hoy sigue siendo centro de producción de cine y televisión, usado frecuentemente por productores extranjeros. La segunda temporada de la serie alemana neo-noir "Babylon Berlin" (2019-2025) se desarrolla en la época dorada de UFA, y está rodada allí. Lo histórico y lo meta se dan la mano.
Todavía es pronto para evaluar la gestión del nuevo equipo del festival, encabezado por Tricia Tuttle. Las diferencias con la breve gestion anterior – un director artístico y otro administrativo del 2021 al 2024 – no se notaron, por lo menos en la superficie. Se evaluará cómo resulta el reemplazo de algunas secciones por otras, la unificación de actividades paralelas al festival y la expansión del European Film Market.
La logística del festival es ahora totalmente digital. El celular es el instrumento indispensable para cualquier actividad, la primera y principal obtener las entradas a los cines a través de la página web del festival. Para no quedarse atrás hay que estar afilado con el login y la contraseña, tener buen wifi o datos y prestar atención a las fechas (El periodista extranjero se las arregla a los ponchazos). Para entrar al cine, los periodistas necesitan mostrar la credencial más prueba de ticket digital, sacado por celular, computadora o tablet, que se recibe via email. Sin email no hay entrada, porque el empleado del festival tiene que escanear el código QR del ticket digital. Y no hay apelación posible si el mentado QR se obstina en no aparecer; paso al costado y salirse de la cola.
El mundo digital permite ser eficiente y organizado, pero en la experiencia de los últimos años el festival ha perdido la conexión que daba el circular la información via papel. Por ejemplo, el Who’s Where, la guia alfabética de los invitados, prensa y participantes del mercado hecha con la tecnología del alemán Gutenberg del siglo XV se reemplazó por una base de datos, inaccessible sin los aparatos electrónicos de la revolución digital. Saber quién está y en dónde lleva su tiempo. El festival publicaba una revista diaria en inglés con informaciones útiles, el programa del mercado, críticas y entrevistas que facilitaba una orientación general de la Berlinale.
Ahora son comunicados del festival, via email. Ya no hay necesidad de pasar por la oficina de prensa, que ha dejado de ser un ámbito de información y camaradería. La página web de la Berlinale (login y contraseña, de rigor) permite acceder a videos de conferencias de prensa y otras actividades, útiles para juntar información. Pero todo esto funciona como un menú a la carta, acomodado a gustos y necesidades personales, con la consiguiente atomización que describen hoy los sociólogos. Desde la pandemia, se han acelerado los cambios en hábitos sociales, y no es raro ver que antes y después de una proyección de prensa, los ojos están calvados pantalla del celular. No falta el insensato que abre el teléfono durante la película, provocando instintos asesinos en los vecinos de asiento.
Se han amortiguado también las charlas apasionadas sobre las películas recién vistas, una buena manera de enriquecer las apreciaciones críticas personales.
Los Osos de Oro y Plata se entregaron el sábado en el Berlinale Palast, y el film argentino "El mensaje", escrito y dirigido por Iván Fund –uno de los 19 en la Competencia- se llevó el Premio del Jurado – Jury Prize. De manera informal este premio indica que el largometraje fue un serio contrincante por el Oso de Oro. No sorprende, porque que un festival con la tradición de Berlin quiera destacar obras hechas a pequeña escala, de valor estético y humano, con recursos limitados. Por eso resultó interesante que el film brasilero "O último azul", una comedia costumbrista con un toque sorprendente de ciencia ficción y un mensaje cálido pero no sentimental sobre a tercera edad, haya recibido el Grand Jury Prize. Las deliberaciones habrán sido acaloradas e inteligentes. Uno puede imaginarse a nuestro compatriota Rodrigo Moreno, miembro del Jurado, echando agua para el molino sudamericano. Con fundamento, ya que las dos películas apuestan por un cine de autor que es siempre apreciado.
Las palabras con que Iván Fund agradeció el premio entran al ruedo político argentino con precisión de misil. Tanto en la conferencia de prensa como en la ceremonia del Berlinale Palast, el director habló de la situación del Instituto Nacional de Ciencias y Artes Cinematográficas – INCAA que ha suspendido el apoyo económico al cine local. En el marco general de los recortes al gasto público y el reordenamento de la economía, el organism dejó de cumplir su función. El director hizo una apelación directa al gobierno, sin dar nombres, urgiendo salvar al cine argentino, Recibió los aplausos de un público en sintonía.
Como observó una vez André Malraux, el escritor que Charles de Gaulle nombró ministro de cultura, “el cine es una industria que a veces se disfraza de arte”. Los franceses y los británicos resolvieron hace décadas el desafío de preservar la imagen de lo nacional más allá del horizonte económico. La BBC, el Centro Nacional de la Cinematografía y el Audiovisual, e instituciones similares en Canadá, España, México y también la Argentina desde los años sesenta, entienden que las culturas nacionales tienen que protegerse; son el espejo donde nos miramos.
El tema a conversar es cómo se compaginan las fuerzas del mercado con la producción cultural de un país. Los caminos son variados y complejos, ya que no existe una formula única: el modelo de la BBC y la Corporation for Public Broadcasting en Estados Unidos (sólo radio y televisión), es diferente al de Francia o Alemania, que tienen variados organismos a nivel estatal y regional, e incluso binacional como Arte, el canal de cable franco alemán, que maneja fondos públicos y es productor asociado de un buen número de película en la Competencia.
A grandes rasgos, una política de fomento a la pantalla nacional establece subsidios a la producción, distribución y exhibición de cine (hay diversas formas de implementarlos). También desarrolla estrategias de promoción, como premios, concursos, festivales, semanas de cine en el país y el exterior. Una mirada a la página web del Instituo Nacional de Cine y Artes Audiovisuales da una buena idea de cómo funciona el sistema en nuestro país.
Existe un segundo aspecto a considerar en las relaciones entre el estado y la promoción y asistencia al cine nacional: cuando el estado es fuerte y las instituciones débiles, el cine deviene instrumento político del gobierno y fácilmente agrega una función de propaganda a su objetivo primordial. Es el caso de China y su control de la industria audiovisual – todos los medios masivos de comunicación están manejados por el Partido comunista de ese país, que es quien dicta la política cultural y la aplica a rajatabla. No hay más que ver alguna película del llamado “cine patriótico” para comprender cómo funciona el sistema. Las dos películas chinas en la Competencia –"The Wire Girls" y "Living the Land"– muestran la “entente” entre productoras y el organismo de la censura sobre los temas que pueden tocarse. En la Argentina, según las épocas, ha habido un maridaje entre el Instituto de Cine, el tipo de proyectos promovidos y las ideas del gobierno de turno.
El breve discurse de Iván Fund no pretendió ser una clase magistral sobre el apoyo del estado al cine nacional, pero lanzó el tema al ruedo. Una conversación sobre cómo apoyarlo, sin ser instrumento ideológico de gobiernos sucesivos fue lo que llevó a la creación de nuestro Instituto Nacional del Cine. Bien visto, el premio en Berlin le da a Iván Fud una buena plataforma para proponer que la motosierra pode con esmero, sin cortar el árbol.
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