27 de junio 2024 - 15:44

Exhibirán sin cortes un sangriento "film de culto" mexicano

"Profundo carmesí", de Arturo Ripstein (1996), la historia de un matrimonio de asesinos que obtuvo numerosos premios en su estreno, pero a cuya copia le faltaba un cuarto de hora por censura del productor.

Regina Orozco y Daniel GIménez Cacho, la pareja de asesinos de Profundo carmesí, de Arturo Ripstein.

Regina Orozco y Daniel GIménez Cacho, la pareja de asesinos de "Profundo carmesí", de Arturo Ripstein.

Se exhibirá este viernes en la Sala Lugones del Teatro San Martín la versión completa, sin censura, de una película tan atrapante como espantosa, “Profundo carmesí”, de Arturo Ripstein, variante mexicana de la estadounidense “Los asesinos de la luna de miel”, que también era fuerte, aunque no tanto como la historia real en que se basa.

Se trata de dos amantes, Raymond Fernández y Martha Beck, condenados por la muerte de dos mujeres y una bebita, lo que es apenas una parte de sus crímenes. Según las crónicas, entre 1947 y 1949 mataron cerca de veinte, mayormente viudas o solteronas con plata. Fernández las seducía y entre ambos las asesinaban. El nació en Hawai, hijo de inmigrantes españoles que se volvieron a su tierra. Por un tiempo los siguió, tuvo mujer y cuatro hijos en España, y después los abandonó. De vuelta en EEUU., hizo carrera como estafador de mujeres solitarias.

Una de ellas fue Martha Seabrook, enfermera, fingida viuda de un soldado muerto en la guerra, madre soltera, luego casada con un chofer que le dio el apellido Beck y otro embarazo. Se casaron de apuro y seis meses después se divorciaron, cuando el hombre comprobó que la criatura no era suya. Poco después Martha conoció a Fernández, que la estafó como a todas las otras, pero ahí pasó algo singular: ella quedó tan enamorada que abandonó a sus dos hijos y formó con él una pareja para el amor y el crimen. Lo que se dice un auténtico "amour fou".

Sería muy desagradable contar aquí cómo eran sus métodos, y que hacían con sus víctimas. Solo que el 8 de marzo de 1951 ambos terminaron en la silla eléctrica del penal de Sing Sing, haciéndose mutuas declaraciones de amor eterno. Él tenía 36 años, ella 30, y algo de sobrepeso. Para ajusticiarla hubo que instalar una silla más amplia.

En el cine

En 1970 Leonard Kastle hizo “Los asesinos de la luna de miel” (título original, “The Honeymoon Killers”), su única película, con tal éxito y elogios que nunca se animó a realizar otra. Protagonistas, Tony LoBianco, calificado actor de reparto que murió días atrás, y Shirley Stoler (foto 2), que se consagró definitivamente en 1975 como la imponente jefa de un campo de prisioneros ante la que se humillaba Giancarlo Giannini en el memorable grotesco de Lina Wertmuller “Pasqualino Siete Bellezas”.

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“Los asesinos de la luna de miel” ha quedado como un jalón dentro del auténtico cine independiente estadounidense. En 2006 hubo otra versión, más al gusto de Hollywood, “Corazones solitarios”, con Jared Leto, aunque de seductor tiene bastante poco, y Salma Hayek, que de sobrepeso no tiene un gramo. En este film, paralela a la historia de la pareja asesina corría la historia de la investigación policial, con John Travolta y James Gandolfini (“Los Soprano”) a la cabeza.

El realizador, Todd Robinson, tenía un motivo para incorporar esta historia paralela: su abuelo Elmer, encarnado por Travolta, fue el policía que dio con los criminales y los envió a prisión. Fuera de eso (y de la fugaz aparición de Ellen y Sam Travolta, hermanos del actor) la película no pasa de lo correcto.

Entre medio, está la nada correcta y más intensa versión libre mexicana “Profundo carmesí”, 1996, del maestro de las pasiones desagradables Arturo Ripstein. En ella, los personajes se llaman Nicolás Estrella y Coral Fabre, y son interpretados por Daniel Giménez Cacho (“Zama”) y Regina Orozco, que venía de hacer “Mujeres insumisas”. Como mayor víctima, la española Marisa Paredes.

Impresionante, el personaje de feúcha celosa y obsesiva que compone Regina Orozco para “Profundo carmesí”. Con él se ganó todos los premios, y la película pasó la veintena, con picos en Venecia (Mejor Guión, Música y Diseño de Producción) y La Habana (Mejor Film, Director y Música, compuesta por David Mansfield).

Curiosamente, Ripstein no quedó conforme. Para su venta internacional, el coproductor francés Martin Karmitz le había cortado 15 minutos, en particular aquellos que, según sus palabras, eran demasiado chocantes, desde un punto de vista moral. Karmitz produjo 14 películas de Claude Chabrol, todas llenas de morbo pero elegantes, y muchas del llamado cine de autor (Resnais, Kieslowski, Bellocchio, los Taviani, Loach, incluso “El niño pez”, de Lucía Puenzo) y sabía cómo colocar esas obras en salas y festivales. Ahora podría pensarse que todos esos premios fueron para el corte Karmitz de “Profundo carmesí”.

Pero Ripstein conservó los negativos de su obra, y la presentó en su versión integral en el pasado Festival de Venecia. Los nuevos espectadores y los devotos del “director's cut” lo aplaudieron. Otros consideraron innecesario el agregado. Se exhibe mañana, en única función, dentro de un ciclo de obras tempranas de Ripstein.

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