En medio de las actividades del arte porteño bastaron unos pocos días para corroborar, una vez más, que la historia del arte argentino mantiene todavía en el olvido a un personaje ejemplar: Norah Borges.
La vergonzosa cancelación de la obra de Norah Borges
La hermana de Jorge Luis fue pionera en la vanguardia argentina pero hoy se la ignora. La actual muestra de Pettoruti y Xul Solar, a quienes ella precedió, la omiten, al igual que la dedicada a Cortázar. El Malba no tiene ni una obra suya.
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La exhibición de la galería Delinfinito cuenta la historia del desembarco de la vanguardia que llegó de Europa en 1924 con Xul Solar y Emilio Pettoruti. Ni siquiera mencionan a Norah, la genuina protagonista del arribo de la vanguardia en 1921. Su hermano Jorge Luis empapeló ese mismo año los muros de Buenos Aires con las dos publicaciones de “Prisma”. Las imágenes ostentaban toda su potencia visual. Junto a las poesías ultraístas estaban las líneas del expresionismo y el cubismo, los planos fragmentados y el dramático blanco y negro. Norah Borges fue la verdadera estrella de la vanguardia. Aún no había cumplido 20 años cuando comenzó a ilustrar las publicaciones ultraístas y se consagró en España. Allí, su obra continúa brillando.
La galería Delinfinito ratifica la memoria colectiva, le adjudica a Pettoruti el liderazgo de la vanguardia. Pero las imágenes vanguardistas de Norah ya circulaban en la revista “Proa” y los libros “Fervor de Buenos Aires” de Borges y “Hélices” de Guillermo de Torre, el padre del ultraísmo que se casaría con ella. Recién tres años más tarde, en 1924, Pettoruti presentó una muestra con sus dibujos futuristas frente a un público reaccionario. La muestra terminó a los bastonazos en plena calle Florida y José Ingenieros la describió como “un éxito a contrapelo”. El escándalo consolidó la fama de vanguardista. Los “burgueses”, como denominaba Borges a los representantes de una sociedad conservadora, habían aceptado, sin embargo, la modernidad de las obras de Norah, Ramón Gómez Cornet, Figari y, luego, la de Xul Solar.
Por otra parte, también en estos días, en el Centro Cultural Recoleta se rinde un homenaje a Julio Cortazar con una excelente exhibición multidisciplinaria: “Comienzo del juego”. En las salas se divisan fotos que muestran a Cortázar a partir de la infancia, textos explicativos, frases y poemas. Hay, también, proyecciones de documentales, objetos de la vida cotidiana y manuscritos, libros y primeras ediciones.
El curador, Pablo Gianera, adopta un orden cronológico. “Todos los soportes están en esta muestra”, señala Maximiliano Tomas, director del Recoleta y también curador, para indicar que allí no falta nada. En el capítulo denominado “Los años porteños” figura el ejemplar número 11 de la revista “Los Anales de Buenos Aires” que Borges dirigía en 1946, cuando publicó “Casa Tomada”, el primer cuento de Cortázar.
Es conocida la historia. Borges contó que un muchacho muy alto le entregó un manuscrito. Agregó que había pasado tan sólo una semana cuando Cortázar regresó. Le dijo entonces que el cuento le había gustado, que ya estaba en la imprenta y que lo ilustró su hermana. Pero el nombre de Norah Borges no figura en la muestra, aunque sus dos dibujos impresos están firmados y fechados. Al igual que otras ilustraciones, las de “Casa Tomada” revelan un profundo nivel de compromiso con el texto que acompañan. Compromiso que acaba por subvertir y a la vez jerarquizar ese ejercicio de dependencia en que, usualmente, deviene el oficio del ilustrador. En el primer dibujo de Norah, los protagonistas están en el interior de la casa. El tiempo parece detenido mientras Irene teje y su hermano observa con una lupa la colección de estampillas. En otro dibujo aparece la casa, una de las cortinas de las ventanas está descorrida mientras la otra impide ver el interior.
Para la mirada de Norah, sus obras ya no carecen de “autonomía estética”, ni están meramente subordinadas a los textos. Por el contrario, su enorme afinidad con la letra escrita ilumina sus ilustraciones y otorga brillo a los textos. La búsqueda estética de Norah en esta disciplina y, en general, en todo su arte, está probada por la cantidad de bocetos y croquis, algunos retomados y otros definitivamente descartados. Con este afán llegó a ilustrar un mismo libro dos veces, como “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Su tarea implica una verdadera comunión con el material literario. Además, en la misma revista, “Anales de Buenos Aires”, vale la pena leer las lúcidas críticas de arte que Norah firmó con el seudónimo Manuel Pinedo.
Luego, ¿es la Casa Tomada, la Casa Rosada? “El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia”, dijo Borges. Y no emitió un juicio crítico. El escritor Carlos Gamerro analiza la lectura política del cuento y señala: “Cortázar es el primero en percibir al peronismo como lo otro por antonomasia... La lectura en clave cortazariana del peronismo no cesó de desarrollarse y elaborarse, hasta superponerse con el peronismo mismo”.
En 1946 Norah ya estaba consagrada. El MoMA de Nueva York adquirió dos de sus pinturas para ampliar su acervo y las expuso en una muestra de arte latinoamericano. Entre otras publicaciones, Gómez de la Serna le había dedicado un libro. Pero el arte de Norah había cambiado. El mundo se quedó quieto con el peso de la posguerra y el retorno al orden, y su pintura también. La influencia de De Chirico, sus plazas con las estatuas del clasicismo y el tiempo en fuga ejercieron una gran influencia.
“Esa persistente referencia de lo actual a lo pasado infunde peculiar poesía y encanto a las obras de Norah Borges, y la ubica en el movimiento de ‘realismo mágico’ tan atrayente para los espíritus idealistas, ansiosos de evadirse de la prosaica materialidad contemporánea”, escribió el catedrático de la Universidad de Glasgow, Eamon McCarthy, en su libro “Norah Borges. Un mundo más pequeño y perfecto”, cita a Julio Payró, pero a su vez, con razón, lo contradice: “Por supuesto, Norah nunca puede ser etiquetada como perteneciente a un movimiento en particular”.
El Malba, un museo dedicado a coleccionar el arte de las vanguardias de Latinoamérica, no posee ni una sola obra de Norah Borges. Es decir: desconoce a la artista.
Esta semana, el Comité de Adquisiciones del Malba, informó que acaba de incorporar a su colección obras de artistas insoslayables, como Gyula Kosice, una pintura negra del genial Alberto Greco y de Noemí Gerstein, que no estaban en la colección. A ellos se suman el infaltable arte textil con Gracia Cutuli, la artista paraguaya Lotte Schulz que trabaja sobre cuero de vaca, y el colombiano Eduardo Ramírez Villamizar. El catálogo de la muestra “Tercer ojo”, curada con sabiduría por Marita García, recorre las obras cumbre de la colección, entre ellas las de Xul Solar y Pettoruti, bien representadas.
En la actualidad, resulta realmente extraño que se cancelen artistas. La avidez del mercado del arte no lo permite, y los artistas sobreviven. Pero Paul Gauguin es un buen ejemplo de cancelación. En “The New York Times” reclamaron el cierre de una exposición, le reprochaban ser un pederasta, haber disfrutado de los favores de sus bellas tahitianas en plena adolescencia.
Hoy, resulta muy difícil investigar qué difusos motivos provocan la cancelación de Norah.
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