6 de febrero 2025 - 10:53

Marcelo Allasino: "Crear se ha vuelto casi un acto de obstinación"

Se estrena “El último, diatriba de amor por mensaje de audio”, de Marcelo Allasino, con actuaciones de Agustín Keller y Hervé Segata,

Marcelo Allasino escribió y dirige la obra que se estrena el sábado en El extranjero. 

Marcelo Allasino escribió y dirige la obra que se estrena el sábado en El extranjero. 

“Nos siguen enseñando que el amor romántico, monogámico y para toda la vida es la forma a la que debemos aspirar, la única verdadera y válida. Ese precepto, instalado como un mandato religioso y productivo, genera una enorme frustración, y en muchos casos, violencia”, dice Marcelo Allasino, autor y director de “El último, diatriba de amor por mensaje de audio”, sobre dos personas se vinculan afectivamente movilizadas por carencias opuestas: una tiene dinero, la otra lo necesita; una clama libertad, la otra reclama contención. El afecto como mercancía configura un campo fangoso en el que nada bueno podrá crecer y la fatalidad no tardará en instalarse.

La escritura de la pieza surge a partir de un crimen de odio ocurrido en Argentina en 2020, cuando un joven litoraleño devenido trabajador sexual fue asesinado en la habitación de un hotel céntrico en la Buenos Aires.

Con actuaciones de Agustín Keller y Hervé Segata, la obra podrá verse a partir del sábado, los sábados a las 20 en El Extranjero teatro. Conversamos con Allasino.

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Periodista: ¿Cómo te impactó el crimen del joven litoraleño que te disparó a escribir la obra?

Marcelo Allasino: El asesinato de Enzo Aguirre me sacudió de una manera muy personal. No era solo un caso más que leía en los diarios; nos habíamos cruzado en aplicaciones de citas, habíamos charlado. Era un pibe hermoso, simpático, lleno de vida, que trabajaba como taxi boy para salir adelante en un sistema que le da la espalda a los cuerpos precarizados. Cuando supe que lo habían asesinado en un hotel a la vuelta de casa, sentí una mezcla de horror, impotencia y una tristeza tremenda. Su historia se perdió en el archivo de las malas víctimas. Ahí nació la urgencia de escribir “El último”, como una forma de nombrar esas violencias, de hacerlas visibles, de confrontarnos con nuestra propia indiferencia.

P.: ¿Cómo son estos personajes opuestos que creaste?

M.A.: Son dos maneras de estar en el mundo, dos perspectivas irreconciliables que, sin embargo, se atraen con una intensidad peligrosa. Uno es un hombre mayor, europeo, con poder y dinero, un tipo que se encapricha con un joven artista de origen humilde, alguien que busca salir adelante como puede y con los recursos que tiene a su alcance. Me interesaba explorar un tipo de vínculo muy naturalizado en el sistema patriarcal: alguien provee y, en ese esquema, el deseo se vuelve transacción, el afecto se negocia como una mercancía y se confunde con la pertenencia. Esa forma insana de relacionarse ha infectado las parejas “tradicionales”, transformando muchas separaciones en campos de batalla y en territorios propicios para la violencia de género. A mí me interesaba correrme del enfoque binario y plantear este conflicto en una relación homosexual, porque incluso en un ámbito no hegemónico, las estructuras patriarcales y capitalistas siguen determinando los vínculos y, muchas veces, los condenan de antemano.

P.: El afecto como mercancía y la fatalidad, ¿qué otros temas orillan la obra?

M.A.: La obra transita muchas capas: el deseo, la violencia, la fragilidad de ciertos cuerpos en una sociedad que los expulsa, también el miedo y la soledad, emergentes de una era determinada por el individualismo. Pero creo que el tema central tiene que ver con dónde se ubica el germen de la violencia, que es, a mi entender, en la forma en que somos educados en y para el amor. Cuando el amor no encuentra su cauce, cuando no se ajusta a la norma que nos impusieron, muchas veces se convierte en una fuerza destructiva. En ese sentido, la obra también es una pregunta sobre qué hacemos con la herencia de esos modelos afectivos.

P.: ¿Cómo son esas formas de entender el amor? ¿Qué hay sobre la urgencia sexual y la soledad?

M.A.: En la obra se presentan varias perspectivas sobre las posibilidades del amor, pero hay una que se pone particularmente en jaque: el amor idealizado, ese que fantasea con la idea de encontrar un alma gemela, una única persona con la que se alcanzará la felicidad plena. La tragedia se desata cuando, del otro lado, no existe esa misma afirmación, y la pérdida se transforma en una obsesión destructiva. Además, me interesaba plantear una reflexión sobre cómo la mercantilización de los cuerpos y la comunicación virtual en la era de las redes sociales transforman nuestras relaciones. La urgencia sexual, la necesidad de más dinero para poder sobrevivir y la tremenda soledad que generan las pantallas, se entrelazan de manera peligrosa y nos empujan a modos de vincularnos cada vez más individualistas.

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P.: ¿Cómo ves el teatro y la cultura hoy?

M.A.: El teatro sigue siendo un espacio de resistencia, pero estamos en un momento brutal. Con un gobierno que desprecia la cultura, que recorta derechos y nos quiere sumisos. Nuestra obra es una forma de resistencia. La extrema derecha ha traído consigo un recrudecimiento del odio, una legitimación de discursos violentos que antes se contenían en los márgenes. También creo que el teatro actual está bastante anestesiado, más preocupado por conseguir cómo subsistir que por generar las discusiones que nuestras comunidades reclaman como urgentes. El teatro se ha distanciado de la gente, y se mira mucho el ombligo. Pero resiste, como siempre. Habrá que ver cómo este contexto deshumanizante nos sacude para repensarnos.

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