A partir del mundo que rodea el tráfico de menores, Perla Suez despliega en “La entrega” (Edhasa) una historia dramática, sórdida, feroz. Suez, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz y del Rómulo Gallegos por “El país del diablo”, publicó una nueva novela con esa tensión que le ha dado fama. Dialogamos con ella.
Perla Suez: la violencia está entre nosotros
La premiada autora de "El país del diablo" acaba de publicar "La entrega", otra historia dramática, feroz, cuyo tema es la trata, pero que va mucho más allá de ella
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Paula Suez, la premiada autora que acaba de publicar "La entrega"
Periodista: ¿Qué la llevó a escribir una novela sobre la trata?
Perla Suez: A lo largo de mi historia como escritora me ha impulsado a escribir la violencia en la que estamos inmersos y de la que no podemos escapar. “La entrega” más que sobre la trata tiene que ver con un conjunto de oscuros asuntos que van más allá de la trata, y que la trata pone de manifiesto.
P.: Al principio se la relaciona con lo ocurrido con Marita Verón, pero pronto se descubre que excede ese caso.
P.S.: Cuando comencé a escribir estaban en mi memoria el caso de Marita Verón y Susana Trimarco y los más recientes de los niños Loan y Ian. Cada tanto hay un nuevo caso, del que se habla un tiempo, y luego hay un ya está, ya pasó y se olvida. Y están los casos que ni siquiera se mencionan. Yo quería dar una vuelta de tuerca a todo eso. Iluminar la siniestra complejidad del hecho. Mostrar de lo que somos capaces, y a dónde nos pueden arrastrar algunas circunstancias.
P.: ¿Sabía contaría de empobrecimiento, deudas, coerción, sordidez, culpa y venganza?
P.S.: No. La trama fue desplegándose. Para usar las palabras del tejido, que me gustan mucho, se fue hilando, tejiendo y destejiendo, para mostrar una realidad oculta. Cómo puede un padre vender a una hija. Y que hay algo aún más complejo que la venta, la entrega. Qué lleva a que se entregue un hijo que no se está dispuesto a entregar. Vi esa familia, a Juan y Mirta, a sus niñas Evelin y Mara. Vi crecer la deuda, la corrupción, la coerción. El lector descubrirá que le pasó a Juan para que actué como lo hace, cómo queda destruido, cómo simula ignorar lo ocurrido ante su mujer y ante la gente. La trama me fue llevando hacia ese saber. No quería perder tensión, potencia. Sabía que si perdía la acción se desplomaba la historia. Me dejé llevar por lo que aprendí de mis maestros de cine, sobre la importancia de la trama, el conflicto y la imagen. Lo que me enseñaron Fernando Birri y los colegas que lo acompañaban en la Escuela Documental de Santa Fe. Cuando Mirta entra a sacar a Evelin de un prostíbulo. Se marea. Corte. Se despierta en un colectivo que va a su pueblo.
P.: ¿Qué personaje la guió en una novela que por momentos es coral?
P.S.: Para mí la novela comenzó cuando la niña escapa del burdel. Evelin se desliza de la cama. Va al baño. Hay una banqueta. Ve la banderola abierta. El Hormiga. El guardián, dormido. Ve como huir. Ahí arranqué. Luego me di cuenta que eso ocurre mucho después. Vinieron escenas anteriores y posteriores. Vino el montaje, como en él cine. El cine me enseñó que los personajes deben de estar en movimiento. Yo no busco hacer un guión, lo mío es la literatura, donde también, como en el cine, he tenido grandes maestros. Si bien se vuelve protagonista más tarde, Evelin me acompañó hasta el final.
P.: ¿Quién fue uno de esos maestros en literatura?
P.S.: Cuando en 1977 llegué a París, por una beca del gobierno de Francia, tuve como maestro al filósofo y ensayista Marc Soriano que se enteró que yo quería investigar sobre los libros para chicos. Me integró al Centro de Investigación en Literatura Infantil. Un día me preguntó: ¿para qué quiere investigar los cuentos populares de Perrault, si ya lo estoy investigando yo? ¿Para qué los de los hermanos Grimm si los investigó Vladimir Propp? Usted tiene su propia cultura. Investigue los cuentos populares de su país, lo que pasa a su alrededor. Me dio una lección de narrativa y de moral. Me dejó pensando. Ahí arrancó mi literatura para niños. Antes, Marc Soriano me apremió a que no dejará de seguir los cursos sobre la escritura que iba a iniciar su amigo Roland Barthes, y que, obviamente, me anoté y seguí. Bueno, también están los maestros de siempre, esos que no conocí sino por sus obras como Kafka o Flannery O’Connor que son los de leer y releer y nunca acabar. Cada vez que se vuelve a leer “La metamorfosis”, uno tiene una lectura diferente.
P.: En “La entrega” no sólo el padre de la chica secuestrada es como se presenta, sino también lo es la corajuda madre.
P.S.: Si bien no es la madre que hace todo por los hijos -no quería caer en eso- Mirta se sacrifica, busca a Evelin, y cuida a Mara, la más chica. Está desesperada. Y cuando se entera por su amante -no es ninguna monja- de la verdad de por qué y cómo fue secuestrada Evelín, cambia de actitud hacia su marido y planea la venganza. No es que los miembros de esa familia sean puros, no lo son, ni lo somos.
P.: ¿Al escribir se dejó arrastrar por una sucesión de revelaciones?
P.S.: La novela es para mí un instrumento de descubrimiento, de conocimiento, de acercamiento a lo que somos. Es una enigmática herramienta de búsqueda que plantea conjeturas. Uno va conjeturando en el hacer, en la construcción. Qué pasa si ese huésped inesperado que me habita dice esto. No, no, eso no lo puede decir. El huésped que nos aloja se niega. Ya tiene, acaso, su voz. Sembrar sospechas, desplegar conjeturas, es un camino maravilloso de la creación, que después se cede al lector para que lo complete.
P.: ¿En qué está trabajando ahora?
P.S.: He digitalizado dos mil fotos que saqué hace cincuenta años en un viaje por el mundo. Voy a hacer un fotolibro. A las fotos les agrego textos. Una frase de Leonard Cohen, un párrafo de Hertha Müller, tres cuentos míos, que iluminan la imagen.
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