Es teatro, es danza, es acrobacia, es contact, es improvisación, es deporte y todo con un humor que hace descostillar gracias a la asombrosa gestualidad de sus intérpretes Alfonso Barón y Luciano Rosso. “Un poyo rojo” está atravesada por la animalidad y lo primitivo, invita a dejarse llevar por el viaje sensorial y tremendamente creativo que proponen desde una bestial e impar actuación sobre el escenario.
"Un poyo rojo": la animalidad al palo
La obra está atravesada por lo primitivo, invita a dejarse llevar por el viaje sensorial y tremendamente creativo que proponen Alfonso Barón y Luciano Rosso desde una bestial e impar actuación sobre el escenario del Metrpolitan.
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La energía desborda, resulta apabullante el movimiento rítmico, disonante, magnético y vivo que deja a la platea sin aliento. Los personajes que se repelen tanto como se atraen, invitan a viaje de pura sensualidad, lucha, amor y guerra. Hay un juego en la búsqueda de identidad que llega a buen puerto solo en el contacto de los cuerpos, los fluidos y los latidos.
“Un poyo rojo” es inexplicablemente única, no por nada es el suceso escénico internacional que lleva un recorrido internacional con 15 años ininterrumpidos, acaso porque no tiene texto y por eso el idioma no es una barrera para saltar al mundo. Con más de 1000 funciones y vista en 30 países, por las dos próximas semanas, sólo martes y miércoles, se presenta en el Metropolitan. Está producida por Jonathan Zak de Timbre 4 y Maxime Seugé, y la coreografía fue creada por Nicolás Poggi junto a Rosso y Barón. Pueden encontrarse puntos de contacto con las obras de “El descueve” o del gran Gabriel Chame Buendía pero sigue siendo otra cosa.
Cuenta la historia de un primer beso entre dos criaturas, pueden ser hombres, perro, gato o árboles, que se encuentran en un vestuario y empiezan a competir, seducirse y finalmente despliegan sus plumas como si fueran pájaros. El manejo corporal de estos dos artistas es asombroso, desde la punta del pie al pelo, todo se transforma y resignifica durante el espectáculo.
Desopilante la escucha de radio: una puja incesante entre las canciones y las monocordes voces vacías de la FM. Cuando al final confiesan que es radio en vivo y que improvisan con el zappinig la admiración es absoluta. Hay coreografías preciosas con un menú de temas impensado que va desde Lía Cruzet a la canción alemana Okay que fue himno bolichero en los ´80.
El bonus track final con Rosso y “El pollito pío” es hilarante. Imperdible “Un poyo rojo”, de la que todavía quedan 4 funciones. En tiempos en que la Inteligencia Artificial domina imágenes y movimientos, ver tanta belleza y diversión a pura teatralidad humana y tracción a sangre es un deleite.
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