El 14 de enero de 1993 era jueves y el “Galeras”, el volcán más activo de Colombia, parecía tranquilo.
Milagro en un volcán
Este accidente debe hacernos pensar que el hombre teme lo inexorable. En realidad, debería temer, lo imprevisible.
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El 14 de enero de 1993 era jueves y el “Galeras”, el volcán más activo de Colombia, parecía tranquilo.
Motivado por el informe de normalidad sismográfica del centro de vulcanología, el geólogo estadounidense Stanley Williams, condujo a otros 12 científicos, hasta la cima, para estudiar gases, piedras y otros materiales.
El geólogo, conocía bien el terreno, pues ya había estado allí varias veces, desde que el gobierno colombiano, lo invitó como vulcanólogo, 5 años antes, ante la sospecha que el gigante quería salir de su letargo.
Hacia las 9,30 de ese 14 de enero de 1993, los expertos descendieron por el cráter principal.
A las 13,43, cuando les faltaban sólo 50 metros para regresar a la superficie, un estruendo, como el de la turbina de un jet, subió por el volcán, estremeciéndolo y disparando una ráfaga de rocas incandescentes de hasta medio metro, de diámetro, que oscurecía el sol del mediodía.
Un río de lava, brotó del cráter y empezó a zigzaguear por la pendiente como una serpiente encendida.
Williams intentó correr, pero no avanzó más de treinta metros, cayendo al suelo con las piernas fracturadas.
Logró escapar con vida, hecho que todavía no alcanza a explicarse.
Nueve personas –todos los que entraron al cráter- murieron por la erupción, que se prolongó durante cinco minutos.
Antes del accidente, Williams ya había visitado cerca de 125 volcanes en 22 países.
Lamentablemente, no se ha encontrado la forma de conocer con mucha anticipación el momento de las erupciones.
La técnica más avanzada en este campo es el estudio de los pequeñísimos “desplazamientos” que sufre un volcán antes de entrar en erupción.
Pero hay algo terriblemente desalentador. No existen dos volcanes iguales. Además las erupciones son irregulares y a menudo están separadas por períodos, que abarcan varios años, inclusive décadas enteras, lo cual dificulta cualquier posible seguimiento científico.
Este accidente debe hacernos pensar que el hombre teme lo inexorable. En realidad, debería temer, lo imprevisible.
Esperemos que el devenir del tiempo y la acción de eminentes científicos, permitan percibir con tiempo, las erupciones y evitar así pérdidas de vidas.
Y un aforismo para esos estudiosos, que así como han logrado curar con talento y esfuerzo enfermedades de siglos, consigan enfrentar a estos monstruos de la naturaleza que son los volcanes en erupción.
“Los más avanzados, lucharon por lo aparentemente imposible. Y lo hicieron posible.”.
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