fUn fantasma recorre este libro, o varios, es el tiempo, el tiempo que nos atraviesa y que nos pasa por encima. El Zeigast es el signo de la época, pero a veces es necesario perseguir varios signos al mismo tiempo, o como diría Borges, no simultáneamente porque sencillamente, el lenguaje es sucesivo.
Análisis del libro La cuerda floja, los ensayos psicoanalíticos de Marcelo Toyos
En el libro, además de dramatismo, hay fútbol, música, poesía y, también, humor. En uno de los ensayos se dedica a Borges, a Kafka (autor que atraviesa todo el libro) a Lorca y a Fernando Pessoa.
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El tiempo tan difícil de definir que sólo vemos en sus marcas y sus efecto. El tiempo del después que ocupa el psicoanalista que siempre llega, como el búho de Minerva cuando todo terminó y ya llega la noche.
Suele decirse que el siglo XX debuta con la primera guerra, con su carga de internacionalización (en el peor de los sentidos), de destrucción a escala industrial y de “progreso tecnológico” puesto al servicio de la devastación y de la muerte. La primera guerra termina en el 18 pero sigue en el 39 porque no termina cuando termina.
De ese siglo del que casi todos emergimos a la vida, Gerard Wajczman un analista francés en El objeto del siglo, va a decir que el objeto que caracteriza al siglo que precede a este es: la ruina. Lo dice de un modo casi bello, bello entendido como lo horroroso que aún podemos soportar. Si hay algo que es verdaderamente moderno, es eso sólido y concebido para durar pero roto, ruina, de tal carga simbólica, que deja “huella, medida y emblema”. Por eso entre los textos que el autor dedica a la pandemia tomo uno que es casi un tratado estético y que él llama No será solo morir. El autor muestra una foto aérea de los sepulcros los cuerpos del COVID, en un lugar de la Colombia amazónica que, así dispuestos, conforman casi una obra de arte conceptual.
El escritor Pascal Quignard, cuando explica con qué escribe, dice que Le Havre en la posguerra, el lugar donde nació, no era más que un cúmulo de ruinas, y que, entonces, él se dedicó a hacer “algo con eso”. No sólo el resto es un enigma a descifrar sino, además, la novedad del trabajo forzado del hiper-olvido que es también Auschwitz y que son nuestros desaparecidos. Cuando el rito queda elidido, es cuando la ausencia no hace metáfora sino metonimia y los muertos no tienen nombre sino sólo número, o aún peor, son sólo número.
Pero en el libro, además de dramatismo, hay fútbol, música, poesía y, también, humor. En uno de los ensayos se dedica a Borges, a Kafka (autor que atraviesa todo el libro) a Lorca y a Fernando Pessoa. Lo que Marcelo llama bellamente “el limo poético” que se enlaza tan bien con el psicoanálisis, y cito a María Negoni, allí donde ambos son como la poesía, epistemología del “no saber”.
Estos poetas así con mayúscula del siglo XX, testigos de la perplejidad, de la novedad, del horror que como dice Adorno sobre Kafka que convierte en algo cotidiano, lo que antes era excepcional y que de algún modo preanuncia un futuro ominoso; de Pessoa a partir de El libro del desasosiego, un libro que él, aunque levemente escondido bajo un heterónimo light que es Bernardo Soares, anotó fragmentariamente durante toda su vida. El autor de los ensayos une su propio desasosiego al malestar de la época, a nuestros dioses caídos y caídos, nosotros de ellos. Para Pessoa el Dios monoteísta es el dios de la angustia.
Caminamos en la lectura, por el filo de la navaja y escapamos por la cuerda floja de un circo improbable. La cuerda, sin embargo tiene en su armado un hilo rojo, idea tan bien ilustrada por Goethe: “sabemos de una particular costumbre en la marina inglesa. Todas las jarcias de la flota real, desde las más fuertes hasta las más débiles, están trenzadas de suerte que un Roter Faden {hilo rojo} recorre el conjunto y no se lo puede destrenzar sin desarmarlo todo; por él se conoce, aún en las más pequeñas piezas, su pertenencia a la corona”.
Tal vez el hilo rojo es un sitio del que el autor no deserta, el psicoanálisis es su Marina Británica. es lo que recorre estos ensayos que no desdeñan ni la preocupación angustiosa ni la sonrisa. Pero se ocupa sí, igual que la Corona de que el hilo se mantenga en su sitio para que se sostenga el armado de esa cuerda que está floja y la precisamos así, para que cada tanto, podamos tensarla. Lo de la cuerda proviene en verdad del vocabulario de la justicia en los tiempos en que los expedientes se ataban con una cuerda floja si aún faltaban pruebas para sumarle y mientras tanto el acusado estaba en el “estado de cuerda floja”, como está el psicoanálisis, esa ciencia perfectamente inacabada.
Se trata de desnudar al rey (nombre de otro de los capítulos) demasiado fresco con su traje nuevo o de matar al perro del rey que ya estaba muerto pero “él no lo sabía”.
En La cuerda floja de pronto la respiración se agita, al rato nadamos en un estanque tranquilo, a veces se desata una tormenta y surge de pronto lo imprevisto y lo contingente, eso que puede pasar o no pero que presenta el riesgo de producirse. Y para eso, nada mejor que el futbol esa “dinámica de lo impensado”.
A veces hace falta un equilibrista que nos hable mientras camina vacilante y avanza sin red pero que no renuncia a llegar “al otro lado” aunque nunca sea muy claro cuál lado es y dónde queda.
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