Esto es así, crecer da miedo. Acá, en Japón y en Washington. Como crecer asusta los chicos se apoyan en tres muletas para animarse a crecer: el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, las pantallas como refugio frente a los avatares del sufrir y una sexualidad muy temprana al ritmo de las hormonas y no de las emociones.
Crecer da miedo: desafíos y peligros para nuestros hijos
Los rasgos de aislamiento y la ansiedad social (miedo a relacionarse) encuentran en la tecnología una aliada para ocultarse y no enfrentar la realidad.
-
El Durazno, la joya escondida de Córdoba: cómo llegar, qué hacer y por qué enamora a todos los turistas
-
Emigrar a Alemania: ¿cómo sacar una visa en el revolucionario portal web de visados?
Todas las alternativas apuntan a reducir el riesgo de sufrir frente a lo imprevisible de la vida misma. Un “llame ya” a la dopamina que garantiza satisfacción inmediata. De la mano del “todos toman”, “todos fuman”, “todos apuestan”, “todos van” hemos naturalizado una realidad de manera preocupante como cuerpo social con una generación de adultos resignados. Y la pregunta una vez más es: ¿Hacemos algo o seguimos mirando?.
Existe un falso paradigma que reza que las nuevas generaciones son “nativos digitales”. Yo entiendo que esto es una figura retórica, pero hay mucha gente que lo toma como un dogma y justifica todo a partir de eso. La realidad es que los chicos no nacen con una pantalla adherida al cordón umbilical. Los adultos somos los que les facilitamos las pantallas para poder tener algún instante de tranquilidad y mirar una serie, cocinar o estar en pareja.
Pan para hoy, hambre para mañana. El exceso de pantallas es uno de los problemas reconocidos por la Organización Mundial de la Salud como diagnóstico preocupante y creciente. Los niños pierden lo más valioso de la infancia y es una pena. Digo una vez más, vivimos en tiempos de aparatos encendidos y miradas apagadas.
El punto, y sobre esto quiero dejar algunas herramientas, es cómo ayudamos a nuestros hijos a entrar al mundo de la tecnología diferenciando algo que peligrosamente se ha desdibujado en cuanto a sus límites, me refiero al mundo privado y el mundo público. La intimidad ha atravesado los bordes de lo razonable y el ojo de las redes controla, vigila y regula gran parte de la vida de quienes vivimos en este mundo.
Aumento de trastornos de ansiedad y sueño, aislamiento social, el riesgo latente de cuevas de WhatsApp que invitan a nuestros hijos a apostar ilegalmente con la falsa promesa de llenarse de plata con tan solo un click y los arrastran al camino de ludopatía, dopamina, y todo lo que no queremos para nuestros hijos.
Frente a este escenario, y para ser parte de la solución, comparto con los lectores una sencilla caja de herramientas para familias de niños y niñas pequeños:
Redes sociales
Fomentemos su uso cuidadoso y prudente. Cuidaremos así el mundo privado de nuestros hijos, que puedan sostener la diferencia entre el afuera y el adentro. No seamos hackers de nuestros hijos, apelemos al vínculo esencial, a la confianza. Confianza que se construye desde la cuna, desde el ejemplo.
Fijemos Prioridades
El juego, el aprendizaje, el desarrollo de habilidades sociales y la incorporación de valores deben ser prioridad. El uso de la tecnología no debe perturbar estas funciones básicas.
Demos el ejemplo
Los padres deben enseñar con el ejemplo. No se puede poner un límite con un teléfono celular en la mano, ni estar hiperconectados a la hora de reunirse en familia.
Lo digo una vez más, los hijos no nos escuchan todo el tiempo, (a veces damos unos discursos aburridísimos) pero no dejan de mirarnos e imitarnos.
Regular los tiempos
En niños pequeños retrasar todo lo posible el vínculo con las pantallas. Pautar claramente horarios y normas en el uso de la tecnología.
Dame tiempo, pero tiempo no apurado
Compartir con los hijos actividades lúdicas, expresivas, deportivas, etc. Los pequeños no se ríen de la misma manera cuando juegan en la computadora que cuando lo hacen con pares y amigos.
Vivir en el mundo real más que en el virtual
Recordemos, que un niño que detiene la mirada en un teclado se pierde la posibilidad de la mirar al otro y de abrirse a la amplitud del mundo. Compartamos al menos media hora por día sin aparatos prendidos, de ningún tipo, con las personas que queremos. Las almas no se nutren de pulgares arriba o de “me gusta” en los muros. Los abrazos son, y no me canso de repetirlo, irreemplazables.
Evitar el aislamiento
Los rasgos de aislamiento y la ansiedad social (miedo a relacionarse) encuentran en la tecnología una aliada para ocultarse y no enfrentar la realidad. Propiciemos momentos durante el día de aparatos apagados y miradas encendidas. Eduquemos hijos poderosos, con el poder de elegir, de ser responsables, de decidir por sí mismos.
Que no se nos pierda nunca la costumbre de guardar los álbumes de fotos de papel, los objetos entrañables con olor a infancia, los recuerdos en cajitas con celofán para que no se ajen, los libros con aroma a libros, las historias no en Instagram, sino en nuestras memorias, en el arcón de los recuerdos. Lo digo una vez más, los tiempos han cambiado, la esencia sigue siendo, afortunadamente, la misma.
Psicólogo (MN. 13486)
Dejá tu comentario