Fue uno de los mayores inventos del siglo XX. La lapicera o birome, como la llamaron en su época, cambió la manera de escribir. La creó un inventor húngaro-argentino llamado Ladislao Biro, que vivía en Tucumán al momento de desarrollarla. Si bien no recibió créditos por su invento, al día de hoy se sigue utilizando a pesar del paso del tiempo y los avances tecnológicos.
Es argentino: este invento generó ganancias millonarias, pero que no convirtió en millonario a su creador
Fue creado y patentado en Argentina hace 80 años, y tan útil que revolucionó el mundo. Pero su inventor no fue reconocido.
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Ladislao Biro era una mente brillante que no conocía límites. Lo revolucionario de la lapicera fue no estar constantemente manipulando tinta fresca y utilizando plumas y tinteros haciendo que corran peligro los objetos alrededor de tener manchas difíciles de sacar, o las mismas manos de los escritores. La lapicera o Birome cambió la manera de escribir.
Cómo se creó la birome y cuál fue su impacto
La idea comenzó en Hungría, en 1936 cuando László (el nombre por el que se lo conocía) trabajaba como periodista. Cansado de mancharse con la tinta de su lapicera Pelikan, buscó una solución para poder utilizar un elemento que escribiera sin inconvenientes y donde el papel pudiera absorber rápidamente la tinta.
Su inspiración nació de los rodillos de las imprentas, al ver cómo imprimían los diarios, con tinta seca en el papel, sin mancharse o que se corra la tinta, se le ocurrió la idea. Así, en 1938, diseñó un concepto muy básico: un tubo con un resorte conectado con una pequeña bolilla y un pistón. Ese primer prototipo tuvo problemas por el resorte, que hacía que el tubo expulsara una cantidad exagerada de tinta, y no servía.
¿Pudo Ladislao Biro ser millonario?
Agustín P. Justo lo descubrió escribiendo un telegrama con su invención, mejor terminada y sin manchas. Le ofreció abrirle las puertas de Argentina para que pudiera desarrollar su invento y maneras de superar las barreras legales, porque la patente pertenecía a un sistema parecido que se utilizaba para marcar las cosechas de algodón en los Estados Unidos.
Dos años más tarde de esa propuesta, huyendo de la persecución de los nazis, viajó a la Argentina y se reunió con Justo, que lo esperaba con un grupo de inversores argentinos, ingleses y húngaros como él. Un pequeño detalle es que en ese momento Agustín P. Justo era el presidente de nuestro país.
Rápidamente, el hombre instaló su taller en la calle Fray Justo Santa Maria de Oro 3050, en Palermo, donde más adelante se convertiría en la primera fábrica de biromes del mundo. Y como su ambición no fue el dinero, a pesar de haber patentado más de 30 inventos, nunca recibió sumas millonarias por parte de las empresas, por lo que a pesar de haber ganado buenas sumas de dinero y poder vivir bien, nunca llegó a ser millonario.
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