La década del '80 fue la era del consenso democrático. La del '90, la década de la estabilidad macroeconómica. Desafortunadamente, el populismo de los 2000 reseteó esos amplios acuerdos, que habían sido escritos en piedra con la reforma de la constitución nacional de 1994. La inflación retornó al galope del déficit fiscal y la convivencia pacífica democrática se hizo trizas hasta niveles microsociales.
Capitalismo, un nuevo consenso para la organización económica de nuestro país
La actualidad impone la búsqueda de un nuevo consenso: un contrato implícito y explícito sobre qué tipo de organización económica deseamos.
Hoy la Argentina retoma sus cauces institucionales normales, en la comprensión de que, para recuperar el camino del desarrollo perdido, existen determinantes esenciales, como ha sucedido en los países desarrollados del mundo: respeto a las reglas institucionales, a la propiedad privada, a las libertades en su más amplio sentido.
Internalizado este requisito “desde abajo”, en las bases ciudadanas, se impone la búsqueda del tercer consenso: un contrato implícito y explícito sobre qué tipo de organización económica deseamos.
Las naciones occidentales no se plantean optar por el socialismo o el capitalismo, tienen muy claro que solo este último produce abundancia y bienestar. Por supuesto que no es un sistema perfecto, tampoco lo es la democracia, pero es el que funciona. Y es precisamente a través del ejercicio de la democracia que las externalidades negativas del capitalismo se resuelven.
El capitalismo se construye sobre una burguesía sólida, moderna, innovadora, progresista, asentada en bases humanistas y liberales. Nuestro país, además, se erige sobre un estructura histórica y administrativa de naturaleza federal, que fortalece el poder comunitario y la descentralización gubernamental y administrativa.
China, por ejemplo, con un esquema unipartidista de gobierno, lenta pero decididamente fue adoptando la libertad de mercados como fórmula hacia el progreso y con ello redujo la pobreza y evitó colapsos sociales, hambrunas, altas tasas de inflación y recurrentes tensiones internas. Rainer Zitelmann en su libro “El capitalismo no es el problema, es la solución”, citando el fenómeno de países muy pobres como China, explica que su desarrollo económico fue fundamentalmente el mismo que el de algunos países occidentales, como Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, o algunas economías del este asiático como Japón y Corea del Sur después de la II Guerra Mundial.
Una vez que se introdujeron las fuerzas del mercado y se establecieron los incentivos correctos para que las personas puedan buscar formas de crear riqueza, el milagro del crecimiento se manifestó. Y en esta bisagra de nuestra historia, frente a un gran cambio en la cosmovisión de una nueva mayoría, vale la pena revisar la experiencia asiática, una vez más: “El secreto del éxito de China fue la liberalización gradual que acabó con la economía de control estatal, combinado con la reorientación de las aspiraciones sociales, que pasaron a girar en dirección al emprendimiento.”
No existe un modelo ejemplar de capitalismo, se lo ha intentado categorizar conceptualmente por los tres grandes constructores de sistemas, Weber, Schumpeter, Popper y luego por muchos otros pensadores contemporáneos. Para una idiosincrasia muy especial y rasgos culturales como los de Argentina, sería más pertinente orientar los radares hacia esquemas europeos como el germano: un capitalismo con rostro humano diría Wilhelm Röpke, inspirador del ordoliberalismo (quien, junto a Ludwig Erhard, sentaron las bases y fueron artífices del milagro alemán de posguerra).
Debemos definir, como comunidad histórica-jurídica-cultural, cuál de estos tipos capitalistas se adapta mejor a nuestro sistema democrático republicano, a nuestra cultura peculiar, a nuestras posibilidades, a nuestros sueños. Con la premisa de que Nuestro Capitalismo debe crecer y fortalecerse en un sólido sistema democrático republicano, necesitamos un nuevo consenso para diseñar la única máquina de crear riqueza conocido, aquella que podrá liberar a los millones de compatriotas atrapados en la ominosa esclavitud de la pobreza populista.
- Temas
- capitalismo
- macroeconomía
Dejá tu comentario