Para que aprendamos, nuestro cerebro tiene que cambiar. Cambiar de configuración, establecer nuevas redes, crear nuevas neuronas. Y esto es posible gracias a la neuroplasticidad. La capacidad del cerebro de modificar su estructura de funcionamiento a medida que aprendemos. Puede ser de los libros, de una clase o de la experiencia. A veces del entrenamiento o la práctica. Pero siempre el resultado es un cambio en el funcionamiento cerebral.
Neurociencia y aprendizaje infantil: ¿qué debemos hacer para estimular el cerebro?
Sabemos que los buenos hábitos estimulan el aprendizaje. En general, los hábitos de dormir y de comer bien promueven la neuroplasticidad y también la neurogénesis, que es la capacidad de generar nuevas neuronas.
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Algo que es bastante evidente para todos, es que los chicos aprenden con mucha más facilidad que los adultos. Pareciera que son más permeables al aprendizaje. La realidad es que, aunque aprendemos durante toda la vida, los chicos tienen, efectivamente, más facilidad para asimilar conocimientos nuevos.
Esto es así porque el desarrollo cerebral humano se completa después del nacimiento. Sorprendentemente, la mayoría de los animales nacen con su sistema nervioso maduro pero los humanos, en cambio, nacemos con nuestro sistema nervioso incompleto y el desarrollo continúa hasta la adolescencia de manera vertiginosa. Después, el sistema se estabiliza y esta capacidad, aunque persiste, deja de ser vertiginosa.
Durante los primeros años de vida, todo es una novedad. Todo retroalimenta la curiosidad. Los chicos son grandes investigadores y cada experiencia resulta en un nuevo aprendizaje.
Para aprender realmente, tenemos que estar frente a estímulos que activen múltiples áreas del cerebro. Cuantas más sean las regiones cerebrales, mejor será la codificación, el almacenamiento y la recuperación. Por eso, si queremos enseñar con más efectividad tenemos que estimular la mayor cantidad de áreas del cerebro. ¿Cómo lo hacemos? La manera más inmediata es usar distintas entradas sensoriales. Si los chicos experimentan el mismo aprendizaje por distintos sentidos, más sólida será la adquisición de información. Si a eso le agregamos procesos de la voluntad y asociaciones con aprendizajes anteriores, el resultado será todavía mejor.
Aunque algunos crean que el estrés es negativo para el aprendizaje, se sabe que niveles moderados ayudan a aprender. Los niveles muy bajos reducen la motivación y los muy altos, son aún más negativos para el desempeño escolar. Sin embargo, el estrés intermedio produce cantidades ideales de cortisol, la hormona del estrés, que incrementan la capacidad de aprendizaje generando niveles muy altos de desempeño.
Sacar a los chicos de su zona de confort, pero manteniendo la seguridad del entorno es la mejor manera de generar un contexto de estrés que resulte ideal. Una canción infrecuente durante la clase, una actividad novedosa o simplemente, una lección oral, pueden ser formas eficaces de introducir el estrés como herramienta de educación. Pero como las personas son distintas unas a las otras, tenemos que tener en cuenta que lo que es un nivel de estrés ideal para un chico, puede ser un nivel alto para otro. Por eso, es importante advertir las diferencias individuales entre los estudiantes. Tratarlos a todos por igual, puede favorecer más a los chicos que tienen un tipo de personalidad y dejar afuera a otros con una personalidad menos compatible con el método de enseñanza. El resultado, en este caso, es la exclusión, que en sí misma, es un motivo de estrés y de ansiedad que puede atentar contra el aprendizaje. Incluir a todos implica reconocer las diferencias y tenerlas en cuenta a la hora de enseñar.
Sabemos que los buenos hábitos estimulan el aprendizaje. En general, los hábitos de dormir y de comer bien promueven la neuroplasticidad y también la neurogénesis, que es la capacidad de generar nuevas neuronas. Por otra parte, el sueño y la buena alimentación mantienen en niveles ideales al cortisol y a otra hormona indispensable para el logro del bienestar: la dopamina. Por eso, no es buena idea pasar la noche sin dormir o dejar de comer para estudiar. El resultado es un cerebro con menos capacidad de aprender, de memorizar y de disfrutar el aprendizaje. Esto es válido tanto para los chicos, los estudiantes, como para sus maestros. La mala alimentación y la falta de descanso son factores que también disminuyen el desempeño académico en los docentes.
Sin duda, para aprender, debemos recordar. El cerebro tiene una estructura especialmente implicada en la consolidación en la memoria. Es el hipocampo. Se activa en mayor medida cuando se ponen en marcha las áreas cerebrales que tienen que ver con procesamientos complejos como analizar, crear o evaluar. Por eso, el aprendizaje activo suele ser tan eficaz. Aprovecha la habilidad natural de los chicos para darle muchas vueltas a las cosas y con esto se activa en mayor medida el hipocampo, consolidando la información en la memoria. Esta tendencia infantil tiene la virtud de poner en marcha muchas áreas cerebrales a la vez contribuyendo a aumentar la facilidad para aprender.
Hoy tenemos información sobre cómo aprende el cerebro que no teníamos hace algunas décadas. Pero lo más importante, es que estamos frente a la primera generación de chicos que puede beneficiarse de estos conocimientos. Recién ahora la neurociencia tiene influencia sobre la didáctica. Hoy podemos enseñar a enseñar en base a cómo realmente aprenden los chicos y esta es una herramienta increíblemente poderosa para hacer crecer a la educación.
Dra. en Genética del Comportamiento y fundadora de Brainpoints (M.N. 33.343) Instagram: @brainpoints
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