29 de septiembre 2024 - 00:00

Con el superávit fiscal se come, se cura y se educa

Al Gobierno le cuesta y mucho desprenderse de una pulsión heterodoxa de lo más ecléctica a la hora de asegurar los éxitos de una transición que hoy camina en reversa, mientras sigue acumulando costos por el lado real.

Al revisar nuestra propia historia, han sido varios los procesos de ajuste intenso del gasto, los que dada la magnitud de los stocks, no lograron sin embargo estabilizar los desequilibrios, e incluso retroalimentaron regímenes de alta inflación por la vía de los cambios de precios relativos.
Al revisar nuestra propia historia, han sido varios los procesos de ajuste intenso del gasto, los que dada la magnitud de los stocks, no lograron sin embargo estabilizar los desequilibrios, e incluso retroalimentaron regímenes de alta inflación por la vía de los cambios de precios relativos.
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El presidente de la Nación presentó el Presupuesto 2025 con un mensaje ante el Congreso de la Nación, en el que prevé dejar atrás un 2024 para el olvido. Entre las proyecciones principales se encuentran el rebote de los niveles de actividad (+5%), inflación del 18,3%, un dólar oficial de $1.207 a fin de año, superávit comercial (USD20 mil millones), superávit primario (1,3% del PBI) y equilibrio financiero. Tanto del anuncio como de los hechos (veto a la ley jubilatoria incluida), se desprenden una serie de continuidades en lo que hace a los lineamientos de política económica del próximo año, mientras siguen las dudas respecto de cuál será el régimen monetario al que nos encaminamos.

El déficit “cero” no se negocia

Entre las novedades del proyecto se encuentra el anuncio de una regla fiscal explícita por medio de la cual el Sector Público Nacional deberá cerrar este (y cada uno de los ejercicios subsiguientes) con resultado financiero - de mínima- en equilibrio: dado el monto a pagar en intereses de deuda, si los ingresos efectivos fueran por debajo de los proyectados por el Gobierno en el presupuesto, también deberán recortarse los gastos en igual proporción.

De esta forma, con ingresos esperados que totalizan un 16,5% del PBI (compensando la baja del impuesto país con retenciones, impuesto a los combustibles y ganancias no coparticipadas), y una cuenta por intereses a pagar de 1,3%, al gasto primario le queda margen como para crecer poco más del 15%. En cabeza del equipo económico, el asegurar flujos debiera acomodar el resto de los melones.

Lo cierto es que más allá de la cuestión fiscal y las anclas nominales (cambiaria primero, de agregados después… pero por las dudas también cambiaria), al Gobierno le cuesta y mucho desprenderse de una pulsión heterodoxa de lo más ecléctica a la hora de asegurar los éxitos de una transición que hoy camina en reversa, mientras sigue acumulando costos por el lado real. Con el blend 80-20 vigente, apreciación y el mercado internacional de deuda cerrado, el balance cambiario se encamina a terminar el año tal como lo empezó, con reservas internacionales netas fuertemente negativas, en tanto que el consolidado de la deuda del Tesoro Nacional ya volvió a foja cero. Los stocks no perdonan.

No sos vos, soy yo

La lectura del Gobierno es que los desequilibrios macroeconómicos recurrentes provienen de un incumplimiento recurrente del sector público de su restricción presupuestaria, generando un déficit que, independientemente de cómo se financie (deuda externa, interna y/o emisión monetaria), termina por apreciar el tipo de cambio real, encareciendo las exportaciones y abaratando las importaciones, lo que explicaría los desajustes por el lado externo. Más que faltarte divisas como para financiar la acumulación de capital, te sobra tipo de cambio.

Ojalá fuese tan sencillo. Al revisar nuestra propia historia, han sido varios los procesos de ajuste intenso del gasto, los que dada la magnitud de los stocks, no lograron sin embargo estabilizar los desequilibrios, e incluso retroalimentaron regímenes de alta inflación por la vía de los cambios de precios relativos. Tampoco es nueva la coexistencia de sobreendeudamiento externo con racionamiento del crédito, ni la fragilidad financiera que supone tener tu moneda dañada (a lo que amenazar con reemplazarla seguramente no va a ayudar). Simplemente no pueden obviarse los efectos que la magnitud, duración y recurrencia de tales fenómenos han generado sobre la conducta de quienes toman decisiones de todo tipo y tamaño, y que han derivado históricamente en fuertes redistribuciones de ingresos y riqueza, suficientes para hacer volar por los aires cualquier intento de equilibrio como el planteado.

Dicho de otro modo: las tensiones que el Gobierno enfrenta no derivan de los pesos que sobran, como parece creer, sino por las dudas que todos tuvieron y tienen sobre los dólares que faltan. Son los stocks financieros en moneda extranjera los que plantean un serio desafío para el crecimiento sostenido, así como la necesidad acuciante de: (1) avanzar hacia un régimen monetario sostenible, incluyendo medidas micro y macro-prudenciales (y no, no es lo mismo que el CEPO); y (2) definir una estrategia productiva que permita una mejor inserción internacional, por medio de una política industrial inteligente que aproveche las enormes oportunidades que hoy existen.

Nada es gratis. Así como la inestabilidad macro afecta la estructura, debilitar las instituciones (financieras, tributarias, de regulación y supervisión) o profundizar aún más la desarticulación productiva, no solo hacen que la economía absorba menos los shocks, sino que conforman un escenario propicio para seguir generando de fallas de coordinación.

Los ajustes en Argentina no operan cerca del equilibrio del que tanto habla el Presidente, y generan por el contrario no linealidades de todo tipo, que pueden ser altamente divergentes. Altera demanda efectiva, desincentiva inversiones y daña la productividad. Cambian precios pero también cantidades, se pierden mercados, renunciamos a trayectorias tecnológicas claves (altamente dependientes de lo que pasa hacia dentro de las firmas) y se desinflan los eslabonamientos entre empresas de todo tamaño y sector, lo que supone menos oportunidades de empleo pero también menos dólares. Y sin dólares en la economía argentina, no hay amores.

Economista CECA, exvicepresidente BCRA

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