26 de febrero 2019 - 00:01

¿Quién fue el coronel Brandsen?

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“El homenaje a un muerto ilustre no lo resucita. Pero lo ilumina”.

Hay una calle en Buenos Aires, y también en varias ciudades argentinas, denominada Cnel. Brandsen. También hay una ciudad, Coronel Brandsen en la Provincia de Buenos Aires, a 60 ó 70 Km de la Capital. Pero no todos conocen la historia de quien fue el Cnel. Federico de Brandsen, menos aún, los rasgos que definen su hombría de bien.

Había nacido en Francia en 1785. Siguió la carrera militar, siendo un pacifista a ultranza. Brandsen, comprendía que en toda guerra -¡en toda guerra!- hay derrotas. Incluso de los vencedores. Joven aún, entró a formar parte del ejército de Napoleón. Y en el campo de batalla mostró su valor siendo condecorado con la Legión de Honor.

Brandsen tenía 32 años, cuando su brillante carrera militar se interrumpió. Pidió su baja al caer Napoleón, de quien se sentía espiritualmente muy cerca. Y un hecho accidental, decidió su vida. Un encuentro fugaz ¡y cuántas veces en lo fugaz puede estar lo definitivo! decidió su futuro.

En una reunión social en París había conocido a Belgrano y a Rivadavia. Éste, futuro presidente de los argentinos, le ratificó a Brandsen lo que este pensaba, que los que luchan por un ideal siempre ganan. Aunque pierdan. Y Belgrano le explicó con apasionamiento, el sueño de libertad que vivían las naciones americanas. Y le sugirió que viajara a América, a combatir por una causa tan noble, como la emancipación del yugo español.

Corría el año 1818, San Martín había regresado al Río de La Plata un año antes. Y Brandsen espíritu aventurero, especie de Quijote profesional, partió hacia la lejana tierra americana, sin conocer su idioma, ni casi su geografía. Pero sentía que lucharía por una causa justa. “Y las causas justas siempre son universales”.

San Martín lo incorporó de inmediato al ejército Libertador. Y por su experiencia previa, le otorgó el grado de Capitán de Caballería. Participó entonces, en las campañas de Chile y en la de Perú. En 1820 por méritos especiales -tenía ya 35 años- fue ascendido a Teniente Coronel de las fuerzas patriotas. Cumplió en esa función, con los oficiales más jóvenes, una tarea simultáneamente humana y profesional. Inculcó a sus subordinados que en las guerras no hay soldado sin heridas y les explicó, que él sólo justificaba la guerra a la guerra.

Ya dominaba medianamente el castellano, pero con un inconfundible acento francés. Claro, había llegado a estas tierras teniendo ya 33 años. Y una anécdota relacionada con su dificultad idiomática. Un colega, el también Tte. Cnel. Ruiz, se burlaba reiteradamente de sus errores de expresión, quizá sin mala intención. Pero la frecuencia e intensidad de las ironías llegaron a molestar de tal manera a Brandsen, que este lo desafió a duelo. San Martín con su filosofía de vida, consiguió evitarlo. Pero quedó entre los dos oficiales un antagonismo muy evidente. Luego Ruiz, fue trasladado al ejército que comandaba el General Martín Rodríguez.

Ya declarada la guerra con Brasil, el General Rodríguez llamó también a Brandsen a sus filas. Ruiz, que hacía un año que estaba allí, lo recibió con un disgusto que no podía disimular. Y llegó el 26 de febrero de 1827. Se libraba ese día, la batalla de Ituzaingó. Argentinos y uruguayos, contra el ejército imperial formado por brasileros y portugueses. Hubo incluso, una lucha cuerpo a cuerpo. Ruiz quedó herido en el campo de batalla a 100 m de las fuerzas patriotas, que estaban retrocediendo. Brandsen tomó una decisión heroica. Sólo -con gran riesgo de su vida- llegó corriendo hasta el lugar donde estaba el Tte. Cnel Ruiz, lo cargó en sus hombros y consiguió salvarlo. Pero una bala enemiga lo hirió gravemente. Una hora después moriría de esa herida, el coronel francés argentino, Federico de Brandsen. Tenía sólo 41 años. El Tte. Cnel. Ruiz, vivió aún muchos años más.

Y cada día 26 de febrero -aniversario de la muerte de Brandsen- y durante más de 40 años -hoy sus restos descansan en la Recoleta- el Cnel. Ruiz llegaba hasta su tumba y depositaba un ramo de flores. Una lágrima furtiva, se deslizaba por el rostro de Ruiz, hombre muy curtido. Y una lágrima furtiva no es menos lágrima. Ruiz había comprendido que si bien la nacionalidad agrupa hombres, solo la comprensión lo une. Y que por encima de religiones, de idiomas de nacionalidades o de colores, los hombres deben tener alas espirituales que puedan atravesar todas las fronteras, geográficas y humanas.

Y las lágrimas, las lágrimas silenciosas del Cnel. Ruiz frente a la tumba de Brandsen –su antiguo adversario- trajeron a mi pluma este aforismo:

“Cuando un hombre llora, no le falta hombría. Le sobra sensibilidad”.

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