El gobierno del presidente Javier Milei asumió en medio de una crisis económica tridimensional.
Cuatro dimensiones y un 2025 con mucha inercia
Un 2025 con una economía en recuperación heterogénea. Una desinflación consolidada, pero a menor velocidad y las reformas de fondo zigzagueando al ritmo de la cuarta dimensión, derivada de la política y las elecciones de medio término.
La primera dimensión, la más evidente, correspondía al desastre macroeconómico que dejó el kirchnerismo, con déficit fiscal, deuda y un Banco Central vaciado de reservas, y con un stock elevado de emisión postergada, mediante instrumentos de deuda cuasi fiscal. El “termómetro” de este desastre se reflejaba en la elevada tasa de inflación y en los valores de los tipos de cambio cuasi libres.
La segunda dimensión correspondía a una gran distorsión de precios relativos. La habitual fotografía argentina de bienes caros y servicios baratos se agravó, aún más, con los subsidios a los precios de los servicios públicos financiados con inflación, con un incremento del “costo argentino” de impuestos, logística y privilegios sindicales varios, y con una economía aislada del comercio internacional, mezcla de protección arancelaria, falta de acuerdos comerciales, y restricciones de todo tipo, incluyendo escándalos de corrupción.
Finalmente, la tercera dimensión, la menos evidente pero la más grave, una irresponsable descapitalización de la infraestructura, producto de años de desinversión o mala inversión en el sector público y de desincentivos a la inversión privada de calidad. (Salvo el efecto indirecto del cepo al giro de utilidades al exterior, que llevó a muchas empresas a invertir “a la fuerza” para protegerse de la licuación de su patrimonio). Sumado a la criminal desinversión en capital humano, con un servicio de educación cada vez más deficiente.
Ante este panorama, el gobierno atacó de inmediato, como debía ser, la emergencia de la primera dimensión, con un fuerte y admirable ajuste fiscal, y un régimen cambiario y monetario destinado a frenar la espiral inflacionaria, ordenar el balance del Banco Central, e ir normalizando el frente externo. En dónde el reciente éxito del blanqueo llegó como el sexto regimiento de caballería, con Rin Tin Tin al frente para salvar un régimen cambiario de corto plazo que empezaba a generar dudas sobre su sostenibilidad y que requería una urgente entrada a boxes. (jóvenes a preguntarle a la IA sobre esa vieja serie televisiva).
La segunda dimensión, el ajuste de precios relativos, tiene aún tareas pendientes tanto en materia de reducción de subsidios económicos, como en reordenar la secuencia de apertura de la economía. Resulta razonable eliminar rápidamente restricciones y “quintas de corrupción” en el comercio exterior, pero la apertura en serio requiere primero de un ataque más decidido al “costo argentino” antes de enfrentar a las empresas a una competencia externa más intensa, junto a la tarea diplomática de abrir mercados vía una ampliación de los acuerdos de libre comercio. Este es un proceso que llevará tiempo, y mucho trabajo inteligente, público y privado.
Es en la tercera dimensión, la recapitalización de infraestructura pública, mejora del capital humano e incentivos más generalizados a la inversión (más allá del RIGI) en dónde menos se ha podido avanzar. Y era esperable que eso sucediera, se trata de un proceso de años destinado a recuperar décadas de atraso. Pero también aquí, no es solo cuestión de tiempo, también hay que entender la necesidad de tener un nuevo sector público, en vez de ningún sector público.
Planteado lo recorrido hasta aquí, arriesgo algunas reflexiones sobre qué haría falta y qué esperar en el 2025.
En la primera dimensión la macro general, aceptando que el superávit fiscal no se negocia, haría falta pasar del ajuste fiscal a la reforma fiscal. La Argentina no puede seguir con este sistema impositivo y este ente recaudador. Pero viendo el presupuesto presentado y la discusión con los gobernadores, parece que seguiremos en modo ajuste y sin mucha reforma al menos hasta las elecciones.
En materia cambiaria y monetaria, sería necesario converger a un régimen que siga levantando gradualmente las restricciones del cepo y pasar a una política cambiaria flexible para minimizar el costo de enfrentar los shocks externos que ya incipientemente nos pegan y que probablemente se agravarán el próximo año, Trump mediante. Y que sea el ancla monetaria la que reemplace al ancla cambiaria, para concretar el asalto final a la inflación. Sin embargo, da la impresión de que el equipo económico se siente más tranquilo en la zona de confort del ingreso de capitales y que prefiere profundizar el uso antiinflacionario del tipo de cambio, aún a costa de aumentar transitoriamente la apreciación del peso.
En el tema de precios relativos, bienes versus servicios, habría que completar la eliminación de los subsidios económicos, dejando solo una tarifa social, reordenar los contratos con las empresas de servicios y, como mencionara, re secuenciar la apertura económica para que sea un instrumento estructural y no exclusivamente coyuntural. Pero, hasta ahora, lo que se proyecta, otra vez pensando en las elecciones de medio término, es una evolución más lenta en la eliminación de subsidios y una política comercial pensada más en la coyuntura.
Finalmente, en la tercera dimensión, el avance será muy lento dada la naturaleza de los temas de infraestructura en sentido amplio, la falta de reformas de fondo en el gasto público provincial, y el escaso convencimiento del gobierno nacional para tener una participación más activa en la inversión pública. Lo que implica un gran desafío de incremento de la productividad para el sector privado, en ausencia de una verdadera reforma en el mercado de trabajo.
En síntesis, en las tres dimensiones, más allá de lo que, a mi juicio, haría falta, salvo un escenario internacional demasiado adverso, creo que en el 2025 vamos a vivir de la “inercia” ganada en este año. Una economía en recuperación heterogénea. Una desinflación consolidada, pero a menor velocidad y las reformas de fondo zigzagueando al ritmo de la cuarta dimensión, derivada de la política y las elecciones de medio término.
Economista, periodista y escritor
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