16 de marzo 2025 - 00:00

Democracias envejecidas

La desigualdad abre nuevos desafíos a los sistemas constitucionales y a las funciones propias de los Estados modernos.

Las democracias modernas y los problemas irresueltos.

Las democracias modernas y los problemas irresueltos.

La desigualdad económica originada por una demoledora concentración de la riqueza agrava la crisis de confianza y representatividad que hoy sufren las democracias modernas.

Los niveles de desigualdad que se observan hoy en el mundo nos ponen frente a una verdadera crisis humanitaria, pues son millones aquellos que mueren literalmente abandonados a su propia suerte por los Estados y sus sistemas constitucionales de protección de derechos, y otros tantos que llevan adelante sus vidas y las de sus familias en condiciones infrahumanas.

Los Estados no logran detener la tendencia hacia mayores concentraciones de capital y nada indica que consigan hacerlo, lo cual nos conduce hacia otra conclusión desoladora: el clásico Estado-nación ha perdido su función original: la protección de su población y ha devenido, en el mejor de los casos, en un gestor de problemas técnicos y macro económicos.

A este desamparo institucional en el que se encuentran millones de seres humanos, debemos agregar otro dato que incrementa la deslegitimación social de los sistemas políticos: los pueblos no solo observan como los gobiernos son cada vez menos capaces de evitar el deterioro económico de los trabajadores, de los estudiantes y de los jóvenes, no pueden asegurar una vejez digna a sus ciudadanos, no consiguen controlar la concentración de la riqueza y de la información; también observan como esos gobiernos tampoco logran resolver el fenomenal flagelo del crimen organizado, del narcotráfico, la trata de personas, la cibercriminalidad y la contaminación ambiental, todo lo cual avanza, se consolida y crece incluso en aquellos Estados con fuerte tradición constitucional y solidos sistemas legales.

Es previsible y lógico que semejante panorama debilite la confianza en el aspecto operativo del sistema y que para esas mayorías las democracias sean meras burocracias de regulación de asuntos públicos incapaces de revertir el flagelo que los azota.

En este contexto, se torna inevitable que los sistemas de gobernanza sean percibidos como construcciones obsoletas, o bien como un conjunto de instituciones y prácticas políticas al servicio de las elites.

Pues lo cierto es que bajo la vigencia de este esquema institucional se ha alcanzado el récord de concentración de más del 45 % de la riqueza mundial en manos del 1% de la población total.

Es tan previsible como lógico que los pueblos -sobre todo los de la periferia y el sur global, en donde además no existen suficientes redes de contención- valoren a la democracia liberal como un sistema obsoleto cada vez más lejano de ellos mismos y de sus propias necesidades.

* Guido Risso es doctor en Ciencias Jurídicas y Especialista en Constitucionalismo, profesor derecho político USI Placido Marin y derecho constitucional en la UBA, declarado “Personalidad Destacad de las Ciencias Jurídicas de la Ciudad de Buenos Aires”

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