Con Donald Trump nunca se sabe. “Se viene la guerra comercial más tonta del mundo”, tituló el Wall Street Journal. El presidente la anticipó con bombos y platillos. Marchen aranceles de 25% para Canadá y México y de 10% extra para China. Se anunció así el sábado a la tarde. Se dio marcha atrás (parcialmente) el lunes, antes que las medidas entraran en vigencia el martes. Una victoria de Trump, mandó decir Trump. Fue una blitzkrieg comunicacional. Además de una forma de avanzar contra China – los gravámenes a los socios americanos se suspendieron por 30 días - sin provocar un revuelo duradero. Beijing tomó represalias (muy calculadas). Pero, Trump, a diferencia de su reacción contra la Colombia de Petro, no escaló la confrontación. Hablaré con Xi Jinping, apuntó. Y a la par creó un Fondo de Riqueza Soberana (el Estado se agranda antes de achicarse), que, entre otras cosas, podría participar de la compra de Tik Tok. El presidente luce más apurado por forjar un acuerdo con Xi, para que EEUU comparta la propiedad de la exitosa compañía china, que por disparar la artillería comercial pesada. Un golpe sobre la mesa, hay que entender, es también una manera de hacer progresar una conversación.
Donald Trump no fue a la guerra y quiere hacer las paces con las tasas largas
El fin de semana pasado Donald Trump anunció aranceles de 25% para Canadá y México y de 10% extra para China. Dio marcha atrás (parcialmente) el lunes, antes que las medidas entraran en vigencia el martes. Trump, que es un negociador nato, va y vuelve como si nada.
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Donald Trump.
Mambrú se fue a la guerra y nunca más volvió. Trump, que es un negociador nato, va y vuelve como si nada. Si la semana comenzó al rojo vivo terminó en un oasis de paz y amistad hábilmente urdido por el premier japonés, Shigeru Ishiba. El novel primer ministro le llevó a domicilio una auténtica y rotunda victoria – una propuesta “win-win”- que Trump no pudo rechazar. Japón duplicará su gasto de defensa para 2027 (acrecentando la adquisición de pertrechos en EEUU). Y aumentará las compras de gas natural licuado (para reemplazar al que suministraba Rusia). Ambos líderes acordaron nivelar el déficit comercial de Washington, lo que podría lograrse rápido por la vía de mayores embarques de gas y petróleo. Toyota e Isuzu construirán nuevas plantas en EEUU facilitando los planes de reindustrialización, que son el sueño del republicano. Y Nippon Steel (no Nissan como dijo Trump), que desea quedarse con US Steel (operación bloqueada por el expresidente Biden), aceptaría inyectar capital en la compañía. Todo ello sin que Trump haya vertido antes una sola amenaza. Ojalá en Europa le prestasen la atención de Tokio. Pero, no. Y de ahí la promesa de iniciar otra guerra, una en que se aplicará “la reciprocidad de aranceles”, que apunta inconfundiblemente al Viejo Continente, entre muchos otros (como Vietnam, India y Brasil) . Eso sí, con Gran Bretaña y el líder laborista Keir Starmer, las relaciones están bien rumbeadas. Esto no es una cruzada ideológica.
Existe una guerra tenaz que Trump no propició y que quiere terminar cuanto antes. El mercado de bonos del Tesoro inició hostilidades a mediados de septiembre cuando (el secretario del Tesoro, Scott Bessent dixit) la FED sorprendió con su primera rebaja de tasas, de medio punto. Es verdad que en simultáneo el entonces candidato republicano comenzó a liderar la carrera presidencial con su discurso económico inflamado. Los “bond vigilantes” dejaron asentado una doble irritación. No les gustó la ligereza de la FED de Powell – con el trasfondo de una economía muy robusta- ni las proyecciones de un déficit fiscal estratosférico. Y no importó que las tasas cortas se hundieran 100 puntos base, las tasas largas llegaron a trepar 120. Y retienen aún hoy 90 puntos base de avance. Ocurre que la FED avisó que se retira a cuarteles de invierno, la inflación de diciembre se moderó, y los bonos se calmaron en el margen. Pero el miércoles, Bessent fue más allá. “Trump y yo estamos enfocados en las tasas de 10 años”, dijo el secretario. En Davos, Trump pidió que las tasas bajen, dos días después de asumir. “No se refería a la FED”, aclaró Bessent, sino a las tasas largas, las que fija el mercado. En efecto, el presidente no se quejó de la decisión del banco central de mantener las tasas sin cambios tras su última reunión (una cantinela clásica durante su primer mandato). “No me sorprende, dijo, “en este momento es la decisión correcta”.
¿Qué le pasó a Trump que perdona así a uno de sus blancos favoritos? ¿Qué le han dado que está tan cambiado? Bessent y su equipo, lecciones básicas de finanzas. Y el presidente aprendió. Ya no le exige nada a la FED. Es al revés, está dispuesto a ofrecerle soluciones con su política económica. “Si desregulamos, si conseguimos que pase nuestra propuesta impositiva, si bajamos el costo de la energía, bajará la inflación y bajarán las tasas y también se acomodará el dólar”, sentenció Bessent. Qué decir si Elon Musk enciende la motosierra. De los aranceles no dijo mucho, pero a buen entendedor… No sería muy coherente emprender una guerra comercial que fuera inflacionaria.
Bienvenidos al club, diría James Carville, el estratega electoral de Bill Clinton. Él hizo un trabajo similar en 1992. Debió convencer al entonces flamante vencedor en las urnas de que no le convenía pelear con los bonos. Que debía archivar el plan de infraestructura que ponía sus pelos de punta, disciplinar el frente fiscal, y así tenerlos de su lado. La baja de las tasas largas obraría como potente viento de cola. Después de todo, lo que cuenta “es la economía, estúpido”. Dicho y hecho.
Como es obvio, los bonos festejaron la bandera blanca de Bessent. Y la tasa de diez años le hizo una reverencia tocando su nivel más bajo desde mediados de diciembre. No esperaban otra cosa de un trader avezado, pero dudaban de su jefe. Wall Street tiene claro que Trump ha sido el presidente más pro-Bolsa de la historia. Y ahora puede presumir que también es “pro-bono”. Pero la Administración debe hacer más. Urge tranquilizar a la gente común. La confianza del consumidor, el viernes, se hundió a un piso de 7 años por culpa de un salto espectacular de las expectativas de inflación a un año. Subieron un punto porcentual a 4,3% en diciembre, antes del traspaso de mando y, por supuesto, del alboroto que produjo la semana pasada el zamarreo de los aranceles. Que por su culpa no se encarezca el precio de la verdura, y se repita el error de Biden que tan caro se pagó en las urnas, debiera ser el grito de guerra. Hay que planchar las expectativas de inflación si se quiere que las tasas largas bajen y, lo que no se dijo, que la FED se acople después.
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