18 de marzo 2025 - 10:57

El cambio climático ya llegó ¿por qué seguimos sin verlo?

Sabemos que esto solo va a empeorar. No podemos seguir reaccionando con paliativos y volver a la rutina como si nada, esperando que las próximas generaciones lo resuelvan.

Bahía Blanxa: en 12 horas lloovió lo que deberia en seis meses. 

Bahía Blanxa: en 12 horas lloovió lo que deberia en seis meses. 

Reuters

Resulta inevitable para algunos, ver la devastadora inundación en Bahía Blanca, otra de las tantas señales del cambio climático. Muchos otros, la mayoría, las siguen ignorando. La cobertura de los medios generales repitieron el guión de siempre: “tormenta histórica”, “lluvia sin precedentes”, “fenómeno extraordinario”. Salvo algunas notas especializadas que hicieron el vínculo, la mayoría insistió en presentarlo como un evento aislado, sorpresivo e irrepetible.

Es cierto que el rigor científico no permite afirmar si esta tormenta en particular fue causada directamente por el cambio climático antes de hacer los estudios específicos. Pero no podemos dejar que ese detalle nos distraiga de lo importante. Porque sí hay certeza de que el calentamiento global está intensificando los eventos climáticos extremos.

Necesitamos empezar a internalizar que el hecho de que en solo unas horas haya caído el agua de seis meses no es un fenómeno aislado: es parte de una tendencia que ya estamos viendo en distintas regiones del mundo.

“Nunca se había registrado una lluvia tan extrema” afirman meteorólogos expertos del SMN. “Bahía Blanca no es una zona de lluvias”, escuché en varias oportunidades cuando consultaban locales. Y sí, precisamente, cuando hablamos de cambio climático, hablamos de que el clima que conocíamos está cambiando. Lo habitual ya fue. Lo que antes era excepcional, hoy se repite con más frecuencia. Aunque sabemos qué clima dejamos atrás, no sabemos hacia dónde seguirá cambiando. Rompimos ese equilibrio.

Seguir planificando con números del pasado, con las tendencias de lo que solía ser, es una receta para el desastre, que sólo puede entenderse desde el negacionismo y la indiferencia. Se habla del cambio climático como si fuera un problema del futuro, como si aún tuviéramos margen para decidir cuándo empezar a actuar sobre eso.

El cambio climático ya está aquí. Está en los incendios de la Patagonia, en las sequías más frecuentes e intensas que arrasan el campo, en estas tormentas devastadoras, y las olas de calor y los días de 47°C de sensación térmica. Lamentablemente, lo que está ocurriendo no es una anomalía: es la nueva realidad con la que tendremos que aprender a vivir, a convivir, a sobrevivir.

El costo oculto de las catástrofes

Salió por todos lados el dato de que la reconstrucción de Bahía Blanca va a costar no menos de $400 mil millones, y aunque los expertos en gestión de riesgos aseguran que por cada dólar invertido en prevención se pueden ahorrar hasta 15 dólares en la recuperación, hay otros costos económicos que no están tan explorados.

Poco se habla del costo emocional que traen estos episodios. Bahía Blanca ya había sufrido un desastre climático en 2023. Apenas un año después, la golpeó ahora otro aún peor, y a diez días de la tormenta, todavía con barro en las calles, vuelven a recibir una alerta amarilla:

“Escuché el trueno y me dieron ganas de llorar ¿Va a ser así cada vez que se anuncia mal tiempo?” expresaba Beatriz, una vecina de Bahía Blanca a un medio nacional.

Nadie está midiendo el impacto psicológico de vivir en estado de crisis permanente. Nos va tocando de forma aleatoria, pero es indudable que a todos nos afecta un poco todo. Después de los incendios arrasadores en la Patagonia, llega esta tragedia y quién sabe cuál será la próxima. Y el duelo no es solo por las pérdidas materiales. A algunos, también nos pesa la certeza de que el mundo en el que crecimos ya no es el mismo y que el futuro se está transformando sin que tengamos control.

No alcanza con reaccionar

Frente a la urgencia hay que responder rápido, sí. Pero ya es hora de entender que las colectas y donaciones, aunque indispensables, son apenas un parche. Funcionan mientras la tragedia está en los titulares, pero no resuelven el problema de fondo ¿Por qué la reacción sólo llega después del desastre?

Porque responder a la emergencia no es lo mismo que estar preparados. La responsabilidad de planificar y reducir riesgos no puede recaer en gestos voluntarios ni en la buena voluntad de quienes quieren ayudar. Es el Estado el que debe garantizar que las ciudades sean más resilientes, que existan planes de prevención y que la infraestructura esté preparada para lo que viene. No se trata solo de gestionar emergencias, sino de reducir los riesgos, fortalecer nuestras ciudades y preparar a las comunidades antes de que el desastre golpee.

Existen herramientas, estrategias y metodologías que ya están funcionando en otros países y en algunas ciudades de Argentina. Desde sistemas de drenaje urbano sostenibles hasta modelos de gestión de riesgos climáticos en empresas, las soluciones existen. Falta que dejemos de tratarlas como opcionales y empecemos a integrarlas en cada decisión, en cada política pública, en cada estrategia empresarial.

Porque lo mismo aplica para el sector privado. Muchas empresas se sumaron a la movida solidaria poniendo a disposición su infraestructura, logística y recursos, y ese apoyo es valioso y se agradece. Pero ser parte de la solución no puede limitarse a donar después de la tragedia, sino a transformar las prácticas internas que agravan el problema. Si las empresas pueden movilizar recursos y logística en cuestión de horas ante una crisis, también pueden —y deben— hacerlo cuando no hay cámaras ni titulares de por medio. No solo en emergencias, sino en cada decisión que toman sobre cómo producen, distribuyen y gestionan su impacto.

Sabemos que esto solo va a empeorar. No podemos seguir reaccionando con paliativos y volver a la rutina como si nada, esperando que las próximas generaciones lo resuelvan. ¿Cuántas veces escuchamos adultos decir que tienen "esperanza" en los jóvenes, como si fueran los niños de hoy quienes deben encontrar la solución cuando crezcan? El futuro no es algo que se les pueda delegar. Lo que se haga hoy definirá el margen de maniobra que tendrán mañana. Y si la inacción continúa, no heredarán un mundo que puedan mejorar, sino un escenario donde apenas podrán resistir. La pregunta no es si ellos tendrán la capacidad de cambiarlo todo en 20 años. La pregunta es si los adultos de hoy nos vamos a atrever a hacer lo que hace falta para dejarles un mundo donde al menos valga la pena intentarlo.

¿Y nosotros qué hacemos con todo esto?

Lo cierto es que lo que “hace falta” hoy, no depende solo de gobiernos o grandes empresas. No podemos seguir dejando esta discusión en manos de unos pocos, como si el futuro fuera solo responsabilidad de quienes ocupan cargos de poder. Hay que llevarla a nuestras casas, a nuestros trabajos, a cada espacio donde podamos influir, por pequeño que sea. Porque cuando el negacionismo avanza desde las más altas esferas—con un presidente en Argentina y otro en Estados Unidos que rechazan la evidencia científica—el silencio no es una opción.

Y sé que muchas veces sentimos que la crisis climática es demasiado grande, que nuestras acciones individuales no alcanzan y que si no podemos a hacer todo “bien”, entonces mejor no hacer nada. Pero el cambio colectivo no viene de la perfección de uno, sino del compromiso de todos. No se trata de transformar nuestra vida de un día para otro, sino de empezar con lo que tengamos y donde podamos. Y en un país donde la pobreza ya supera el 50%, hablar de cambio climático no puede ser un lujo desconectado de la realidad social. Justamente por eso, necesitamos soluciones que no solo mitiguen la crisis ambiental, sino que mejoren la vida de las personas hoy, mientras nos preparan para lo que viene.

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Pero aunque no voy a cansarme de señalar que la acción individual importa, su verdadero poder está cuando se multiplica y avanza a pesar de la incertidumbre. Cuando juntos podemos empezar a sostenernos en comunidad y construir nuevas formas de habitar un mundo en transformación.

Entonces, la pregunta no es solo qué podemos hacer, sino cómo elegimos atravesar este momento. ¿Vamos a quedarnos paralizados y aislados por la incertidumbre o vamos a construir, entre todos, respuestas que nos fortalezcan? ¿Vamos a seguir reaccionando cuando el desastre ya ocurrió o vamos a empezar a prepararnos antes?

Y probablemente la clave no está en una única respuesta ni una iluminación individual, sino en animarnos y dar conversaciones que aún no tuvimos, en las redes que todavía no construimos y en la acción compartida que nos debemos. El cambio ya está sucediendo. ¿Vamos a ser parte de él o solo mirar desde el costado?

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