Por Antonella Bormapé*
El pensamiento crítico: enemigo común de los autoritarismos
En medio de las revueltas y protestas contra gobiernos autoritarios, la universidad se mantiene como un bastión del pensamiento crítico a nivel global. No se trata solamente de una institución educativa: es un contrapeso cultural frente a los abusos del poder.
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Las protestas en Harvard contra Trump aumentaron en las últimas semanas.
Lo que pasa entre Harvard y Donald Trump no es solo un problema de Estados Unidos. Es el síntoma de una época: los autoritarismos le temen a la universidad porque es territorio de pensamiento crítico y libertad.
Frente al avance de liderazgos que desprecian el conocimiento, las universidades se convierten en blanco. No por lo que hacen, sino por lo que representan.
En la Argentina, la situación no es distinta. No hace falta intervenir formalmente una universidad para atacar su autonomía. Alcanza con desfinanciarla, con estigmatizar a sus docentes y estudiantes, con poner en duda el valor social de su tarea. Se busca debilitar su legitimidad social y condicionar su rol de herramienta para el desarrollo individual y colectivo.
La autonomía universitaria no es una concesión graciosa del Estado: es una garantía constitucional (art. 75, inc. 19) que nació al calor de los constituyentes del ‘94, que comprendieron que en ella se encontraban las bases del futuro de la nación, del desarrollo sostenible, de la generación de ciudadanía plena y de la democracia estable.
La universidad no es solo una institución educativa: es un contrapeso cultural frente a los abusos del poder.
Supone el derecho de la comunidad académica a gobernarse a sí misma, con libertad de cátedra, pluralismo ideológico y participación democrática. Su razón de ser es justamente evitar que los gobiernos de turno nos enseñen a enseñar, a investigar o -peor aún- en qué podemos pensar.
Por eso los autoritarismos desconfían de las universidades. La educación universitaria enseña a cuestionar, analizar y argumentar. Eso es incompatible con la obediencia ciega que exigen los autoritarismos. Sus bases están construidas sobre el libre debate, donde distintas ideas pueden coexistir, confrontarse y discutirse sin que haya una verdad impuesta como una verdad absoluta.
Lo que está en juego es más profundo que un conflicto presupuestario o administrativo: se discute si el conocimiento puede seguir siendo un bien público o pasará a ser un privilegio condicionado por el poder.
La pregunta es inquietante: ¿puede haber república si no se garantiza el derecho a pensar?
Los ataques no son nuevos, pero el método, en la Argentina de la libertad, se ha sofisticado. No se reprime la universidad: se la asfixia. No se clausuran debates: se los caricaturiza. No se prohíbe el pensamiento: se lo empuja al margen, acusándolo de ideológico, improductivo o sectario. La figura del enemigo interno reaparece con otro ropaje: se convierte a la comunidad académica en responsable de los males del presente, como si pensar críticamente fuera un lujo en tiempos de crisis.
Una democracia que no tolera el disenso, es apenas una administración de mayorías. Y una universidad que no puede investigar libremente, no produce conocimiento: reproduce consignas.
La universidad pública argentina ha sido la usina del pensamiento crítico, del ascenso social y de la construcción de un proyecto nacional con base científica y sentido público. Cuando se la ataca, no se ataca solo a una institución: se golpea el corazón mismo de un modelo de país.
La Reforma Universitaria de 1918 desafió el poder conservador, clerical y autoritario del momento. La reforma de la Constitución de 1994 reconoció, con visión estratégica, que la autonomía universitaria debía blindarse como principio rector del desarrollo nacional. En ambas hubo una misma idea de fondo: no hay país libre sin universidades libres.
Debemos defender su autonomía, porque donde ésta existe, hay pensamiento crítico. Y donde hay pensamiento crítico, hay ciudadanía reflexiva, con debate público y que respeta a ultranza el estado de derecho.
En laArgentina y en cualquier lugar del mundo: las universidades son límite al poder y bastión de libertad.
*Secretaria General de Franja Morada Nacional
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