25 de marzo 2025 - 13:15

FMI y devaluación: ¿estamos reviviendo la crisis de 2018?

La sombra del pasado se cierne sobre nosotros, proyectando un futuro que, de no actuar con determinación y sabiduría, podría ser simplemente un reflejo ampliado de nuestras peores pesadillas económicas.

El Gobierno ya tiene casi cerrado el acuerdo con el FMI.

El Gobierno ya tiene casi cerrado el acuerdo con el FMI.

Imagen creada con inteligencia artificial

En el horizonte financiero argentino, las nubes de tormenta vuelven a acumularse con una inquietante familiaridad. Los ecos de 2018 resuenan en cada esquina: la desesperada búsqueda de auxilio del Fondo Monetario Internacional (FMI), la corrida hacia el dólar desarmando posiciones en pesos, y la puesta en escena de figuras como Luis Caputo y Federico Sturzenegger, cuyos nombres quedaron indeleblemente asociados a crisis pasadas. La historia parece empeñada en repetirse, y con ella, la amenaza latente sobre los ahorros y el bienestar de cada ciudadano argentino.

En 2018 la solicitud de un préstamo "stand by" al FMI, llegaba luego de 13 años en que la Argentina había cancelado en forma perentoria la totalidad de la deuda con el organismo multilateral de crédito, en diciembre de 2005.

Terminar con el FMI, era el objetivo de Néstor Kirchner, luego de reestructurar la deuda privada. Esa estrategia consistía en llevar adelante una política económica exenta de condicionalidades. Como consecuencia de esa decisión, el país mantuvo un crecimiento sostenido por varios años a tasas de 8% y 9% anual, disminuyendo así fuertemente la relación deuda/PBI.

En realidad, el primer desembolso del FMI por 15.000 millones de dólares se estaba evaporando en venta para atesoramiento y huida, que convalidaban las ganancias en Lebacs (Letras del Banco Central). Además, con los próximos desembolsos estaba asegurado el salvataje de los bancos y capitales golondrina que codiciosamente operaron en Argentina a tasas de ganancia en dólares inauditas. Encima el BCRA sumaba una tasa de interés “chocante” en dólares, para asegurarse que hundiendo el dólar a $28 o menos, los inversores financieros se siguieran yendo del país con ganancias insuperables.

La financiación de crédito de consumo se hacía al 80% anual, el descubierto en cuenta corriente autorizado para Pymes alcanzaba más del 126% anual, el descubierto en cuenta corriente no autorizado, más de 161% anual (expresado en CTF - costo total financiero).

A esa altura no se veía muy claro el pláceme de la clase media, aunque seguía apoyando al gobierno, de manera significativa. Es que existe un sector que prefiere perder calidad de vida, si es que “el otro” pierde más y; si se le aseguran garantías de orden y protección, como a las empresas trasnacionales, las extractivistas y, los oligopolios que además de ello, mantienen una alta tasa de acumulación de capital.

No se advertía una desahogada posición de la balanza de pagos, ni se atraían inversiones, ni crecimiento, ni credibilidad, ni horizonte de previsibilidad. Además de todo se desvanecía el crédito.

Al igual que ahora, no había un plan de estabilización de mediano y largo plazo porque no se había restablecido la consistencia. Según el INDEC, la inflación de junio 2018 se había disparado poco menos del 4%, el nivel más alto en 2 años (la inflación núcleo saltó por encima del 4%, y los precios mayoristas aumentaron entre 6% y 7%). En los últimos 2 meses el BCRA había perdido alrededor de 12.000 millones de dólares en reservas y continuaba la fuga de divisas.

El paso siguiente enfrentaba dos desafíos fundamentales, estrechamente relacionados. El mantenimiento del “orden” o, garantía de orden, podría llegar “vía coerción” de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, para intentar suprimir la amenaza de un desborde popular descomunal. Pero tener éxito en ello implicaba alterar la paz social, requisito indispensable para recuperar la confianza.

Para lograr objetivos de inversión y financiamiento, el gobierno tenía que parecer capaz de garantizar la paz social y la normalización de la economía, pero no convencía a los inversores internacionales ni locales. Hasta parecía que la cofradía mediática que le daba respaldo al gobierno Macrista, comenzaba a despegarse. No sorprendía luego que la directora gerente del FMI viniera en persona a visitar Argentina.

El FMI estaba apoyando al gobierno, pero para logar la “normalización” de la economía, sería necesario reducir las fluctuaciones y revertir la tendencia negativa alrededor de la cual se produjeron los titubeos. La “gerencia financiera país”, debería revertir las expectativas negativas, terminando con la rapacidad de las Lebacs y su furiosa conversión en deuda en dólares vía licitaciones de billetes y emisión de deuda de corto plazo. En general, era un requisito previo para establecer las bases de una economía con patrones de crecimiento normal, comenzando a reconvertir la estructura productiva, antes que las quiebras se volvieran intensas.

¿Cómo lograría Caputo luego de la renuncia de Sturzenegger “normalizar la tormenta”, como la describía Macri?

La “normalidad”, no consiste en que los líderes de la tecnocracia internacional vayan de visita a un país “friendly”, sino en lograr que la acumulación de capital se realice y garantice en favor de las empresas trasnacionales, en condiciones que asegure una tasa alta de acumulación alta.

A pesar de que continuaba la restitución de la supremacía trasnacional y oligopólica, luego de la reconexión que se logró a través del ribete de los fondos buitres y el levantamiento de las restricciones al movimiento de capitales y la indecorosa rapiña financiera que desde cualquier tribuna disponible veníamos advirtiendo, lo peor era que aún no habíamos visto nada. En junio 2018 todo indicaba que íbamos a un trance de inestabilidad de magnitud. Nuestro pronóstico era que cuanto más tiempo pasara, mayor sería el desquicio que retroalimentaría la desinversión, la inflación y el problema futuro para conseguir los dólares (Tigani, Eugenio Pablo, “2001, FMI, Tecnocracia y crisis”, Dunken, 2018)

Cuanto más se aplazará el pico de una nueva crisis, mayor sería el grado de depredación que sufriría la economía, bajo el rol que asumió la especulación financiera. A su vez se estaban lanzando a comprar dólares casi todos los ciudadanos con ahorros o excedentes mensuales, como defensa contra los riesgos cada vez más impredecibles de una economía errática e inflacionaria. Casi todo el que podía estaba especulando, aunque la parte del león ya se la había llevado el “capitalismo de amigos”, los fondos de inversión, las grandes corporaciones y las entidades financieras.

De esta manera, cuanto más tardaba en resolverse la crisis que precedía el desplome, más concluyente y obvias serían las operaciones financieras, incluyendo “ciertas rutinas cambiarias”. Luis Caputo estaba sentado en la poltrona del BCRA. Aunque su pliego no paso nunca la aprobación del Senado pronto seria tarde, la rapiña continuaba a toda velocidad.

La sombra del pasado se cierne sobre nosotros, proyectando un futuro que, de no actuar con determinación y sabiduría, podría ser simplemente un reflejo ampliado de nuestras peores pesadillas económicas. Los signos están a la vista, las señales son claras y la historia 2018 nos ofrece una lección que no podemos darnos el lujo de ignorar. Es imperativo que cada argentino tome conciencia, se informe y actúe en defensa de su patrimonio y del porvenir. El reloj avanza inexorablemente, y la pregunta que queda en el aire es: ¿Permitiremos que la historia se repita, o tomaremos las riendas de nuestro destino económico? La respuesta yace en nuestras manos, y el momento de actuar es ahora.

Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.

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