Si hay algo que caracteriza a la Argentina son los vaivenes.
Tres verdades sobre la Argentina
Argentina sigue siendo un país de mitad de tabla para arriba y en muchos indicadores no experimentó un retroceso absoluto. Pero sí es clara la decadencia relativa.
Somos un país volátil y cambiante. Un electrocardiograma viviente: pasamos de la euforia a la depresión, de la crisis a la esperanza. Pensamos que somos un país invivible y decadente, y al rato, que somos el mejor país del mundo, que podemos ser una potencia y que nos da orgullo ser argentinos.
Esa taquicardia emocional tiene asideros muy concretos. Desde principios del siglo XX, pasamos 4 de cada 10 años en recesión, una cifra altísima para la media mundial. Y para peor: con el correr de los años nos hemos vuelto más volátiles, cuando en el mundo ocurrió lo contrario.
Con tanto subibaja cuesta entender a la Argentina: cómo estamos hoy, cómo evolucionamos a lo largo de nuestra historia y cómo nos ubicamos frente a otros países. Entender lo que somos como país es algo que nos obsesiona en Argendata, un proyecto de Fundar en el que disponibilizamos al público e interpretamos cientos de datos sobre los principales temas de Argentina, como la pobreza, el crecimiento, la desigualdad, la salud, la inflación, el mercado de trabajo o el aparato productivo.
Del análisis de estos datos encontramos un patrón común, que podemos resumir en tres verdades sobre la Argentina.
Primera verdad: no somos un país de mierda. En prácticamente cualquier métrica de desarrollo Argentina todavía es un país de mitad de tabla para arriba a nivel mundial y regional. Nuestro PBI per cápita es 28% mayor a la media mundial. La esperanza de vida al nacer es de 77 años, 4 años mayor que en el mundo y 1 más que en la región. Los años de escolarización promedio de la población adulta son 11, 2 más que la media regional y 3 más que la mundial. Contrariamente a lo que se cree, y a pesar del deterioro reciente, la pobreza por ingresos -medida con la vara argentina- es menor que en el mundo: 53% contra 66%. Y de acuerdo al Índice de Democracia Liberal de la Universidad de Gotemburgo, Argentina está entre los 35 países más democráticos del mundo y muy cerca de la media de los desarrollados.
Segunda verdad: no necesariamente todo tiempo pasado fue mejor. Hay una idea comúnmente instalada en Argentina que es la de la nostalgia: antes vivíamos mejor. En algunas dimensiones muy importantes del bienestar esto es cierto: en 2024 el salario real es 39% menor al del récord de 1974 y el PBI per cápita casi 15% menor al del pico de 2011. Pero hay otra gran cantidad de indicadores en donde esto no es así y hoy estamos mejor que nunca antes.
Entre la década de 1870 y la actualidad, la esperanza de vida al nacer subió más de 40 años y el porcentaje de niños que moría antes de llegar a los 5 años pasó del 24% a menos del 1%. Producto de la difusión de la educación -primero primaria, luego secundaria y más tarde terciaria-, los años de escolarización de la población de 15 años y más pasaron de apenas 1,5 a 11,1. La calidad democrática mejoró, principalmente tras la recuperación de la democracia en 1983. Y el porcentaje de la población hacinada cayó sostenidamente desde 1980, del 9% al 3%.
Tercera verdad: en casi cualquier indicador de desarrollo, Argentina ha perdido terreno frente a otros países con el correr de las décadas. Si bien en muchas métricas Argentina ha progresado a lo largo de la historia, otros países lo han hecho más rápido. Es por ello que nuestro país ha ido cayendo en los rankings de cuanto indicador social y económico aparezca.
El PBI per cápita actual es el cuadrúple que el de 1900. Pero, sobre 115 países, Argentina pasó de estar en el top 10 al puesto 41, producto de que en el mundo el PBI per cápita se multiplicó por 7.
La esperanza de vida no paró de subir acá. Pero la difusión de la ciencia y la medicina y el desarrollo de infraestructuras de salud se dio también en otros lados. Por eso, Argentina pasó de estar en el puesto 20 en esperanza de vida en 1950 al 42 hoy. Así, países como Corea del Sur, Chile, Hong Kong o España, que en la primera mitad del siglo XX tenían menor esperanza de vida que nosotros, nos pasaron.
Algo similar pasó con los años de educación. Si bien subieron sostenidamente acá, otros países progresaron más rápido, y por ello pasamos de estar en el puesto 23 en 1970 al 36 en la actualidad. Países como Taiwán o Emiratos Árabes Unidos, que hasta entonces tenían menores años de escolarización que nosotros, nos pasaron en las últimas décadas.
Las tres verdades nos dejan un panorama agridulce. Argentina sigue siendo un país de mitad de tabla para arriba y en muchos indicadores no experimentó un retroceso absoluto. Pero sí es clara la decadencia relativa.
¿Qué hacemos con esto? Hay muchas cosas sobre las cuales, más que dinamitarlo todo, es posible construir para adelante. Es el caso de los indicadores donde, a pesar del retroceso relativo, hoy estamos mejor que en el pasado, como la esperanza de vida o los años de escolarización de la población. Pero también hay otras en donde debemos enderezar mucho más fuerte el rumbo para volver a encontrar nuestro norte: es el caso de las variables económicas como el crecimiento o el salario real, en donde hoy estamos lejos de nuestro momento.
Transformar la realidad argentina, solucionar sus problemas y dejar de ser el país del electrocardiograma permanente requiere muchas cosas: decisión política, acuerdos, debates constructivos, visión a largo plazo y políticas públicas, que consoliden y perfeccionen lo que sabemos que más o menos funciona y que corrijan de raíz lo que no camina.
Para todo esto hay un requisito fundamental: datos certeros para entender dónde estamos parados. Por eso creamos Argendata.
Doctor en Sociología (IDAES-UNSAM). Curador de Argendata y Director de Planificación Productiva en Fundar
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