El candidato del Frente Amplio (FA), Yamandú Orsi, resultó electo como próximo Presidente de la República. Es el regreso del FA al gobierno, después de la derrota de 2019, que para muchos frenteamplistas (dirigentes y militantes) fue sorpresiva y amarga. Por esto, para mucha gente en la izquierda, la victoria de ahora tiene el dulce sabor de la revancha.
El regreso del Frente Amplio
El progresismo vuelve al gobierno con cambios importantes en las internas propias y de la oposición. Los desafíos económicos y políticos.
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El triunfo ha sido contundente en el balotaje y tuvo varios cimientos. A riesgo de hacer una evaluación apresurada del gobierno que termina, es insoslayable remarcar tres aspectos: los aciertos, las dificultades propias y las ajenas, que obviamente fueron muchas. Tal vez el acierto principal es -pese a las dificultades y los pronósticos agoreros- la forma en que el Presidente Luis Lacalle Pou logró mantener unida una Coalición Republicana que ahora se proyecta al futuro (hay que ver con qué vigor). A su vez, pese a las dificultades, aprobó la LUC y la confirmó en las urnas. E impulsó una reforma de la seguridad social que no es precisamente popular, pero también resistió en octubre. Luego de las dificultades de los primeros años, este se consolidó el descenso de la inflación, la recuperación del salario y el empleo, que llegaron a niveles récord.
Pero el gobierno tuvo también serios problemas propios. La temprana salida de Ernesto Talvi y -desde el comienzo- los cortocircuitos con Cabildo Abierto, dificultaron la tarea ministerial a varios niveles. Los casos Cardozo, Astesiano, Marset, Penadés, Moreira y otros, si bien muy distintos entre sí, pusieron al gobierno a la defensiva y le causaron costos políticos importantes (varios cambios de ministros, cambios en la cúpula policial, etc.). A eso se sumaron problemas a nivel de varios gobiernos departamentales. El actual oficialismo machacó duramente sobre los casos de corrupción durante los últimos gobiernos del FA; ya en el gobierno, abrió flancos para que le den de tomar su propia medicina.
Finalmente, es insoslayable que a Lacalle Pou le tocó gestionar crisis ajenas históricas: la pandemia, la inflación global, la sequía y la crisis argentina. En el primer caso lo hizo muy bien (a pesar de los cuestionamientos de la oposición desde el principio) y les asiste razón a los que plantean que -si bien una pandemia complica mucho a cualquier gobierno- también le permite capitalizar políticamente el trance, desde una conducción seria y transparente. La formación del GACH y el acceso a las mejores vacunas, fueron logros destacados. Cuando se comenzaba a salir de la pandemia irrumpió un empuje de inflación global que generó nuevas complicaciones y, tras eso, crisis en Argentina y sequía. Todo en uno. El gobierno tuvo varias características; la suerte no fue una de ellas.
Hay que destacar, además, que -sumado a las dificultades propias y ajenas- el mandato de la Coalición era, en buena medida, impulsar una agenda liberal pro empresa, que incluía cambios a diversos niveles (empresas estatales, mercados, trabajo) que pueden ser muy necesarias y válidas para la competitividad de la economía, pero no son populares. Una agenda que, además, resultó bastante acotada por las propias discrepancias en la interna. Si eso coincide con adversidades graves, es difícil acumular en términos políticos.
Ante este derrotero, la izquierda que dejó el gobierno en 2020 -apenas recompuesta del shock de la derrota- comenzó a trabajar principalmente a dos niveles. Por un lado, un despliegue territorial de recomposición, liderado por el MPP y con el trabajo del nuevo presidente del FA, Fernando Pereira. Una, dos o tres visitas a casi todos los lugares, para revitalizar la base militante y política. Porque solo con redes sociales no alcanza y hay que verse cara a cara.
Por otro lado, una oposición dura al gobierno desde el comienzo, empezando por las críticas a las difíciles decisiones sanitarias. Siguió luego el enfrentamiento a la LUC con el referéndum impulsado por el PIT-CNT, en esa tensa pero exitosa relación de poder político entre la central sindical y el FA. Pocos meses después, arrancó la recolección de firmas contra la reforma de la seguridad social, convocando a un plebiscito para cambiar la Constitución.
Mientras, maduraba la elección que -ya hace muchos años- tomó José Mujica: llevar a su elegido Yamandú Orsi a la Presidencia. El ex presidente no había tenido mucha suerte con los apoyos a candidatos en elecciones previas, pero esta vez los planetas se alinearon y -en la que más vale- venció. Orsi será Presidente. El profesor canario tiene virtudes propias: 10 años de exitosa gestión en Canelones, buen talante político y capacidad de diálogo. La retórica y el debate no son su fuerte y su equipo de campaña cuidó eso, controlando sus apariciones públicas. Para los periodistas, un problema. Para Orsi, tranquilidad.
El candidato de la Coalición tuvo una peripecia más difícil. Si bien Álvaro Delgado también era el candidato “cantado” desde hacía tiempo, había que rodearlo. La crisis del Herrerismo por el caso Penadés y la pobre votación de Laura Raffo lo llevaron a arriesgar con la elección de Valeria Ripoll como compañera de fórmula, que no tuvo el efecto deseado; resultó más una figura de confrontación con el FA que de entrada de trabajadores organizados a la coalición. Mientras, el MPP incorporaba a una figura de innegable popularidad como Blanca Rodríguez. Todo terminó sumando más al FA.
Desde el Partido Colorado, Andrés Ojeda aportó novedad y movilización, pero la base de partida colorada era baja. El ingreso de Pedro Bordaberry en el segundo tiempo sumó, pero -a la luz de los resultados- no lo suficiente. Los colorados parecen haber retomado muchos votos de Cabildo, pero sin retener lo suficiente de los que finalmente volvieron al FA. Además, la Coalición, por ahora, es más un proyecto político que un bloque cohesionado; en el balotaje -si bien se presentaba como candidato de la Coalición- para muchos Delgado era el candidato blanco y su proyección en los principales centros urbanos resultó limitada.
¿Cómo queda el panorama político?
Por la propia estrategia seguida, es un FA con cambios, con una predominancia del MPP y un Partido Comunista fuerte (en especial si se considera que tiene una mayoría implícita en la Mesa Política). El sector astorista-seregnista se achicó significativamente. También en la Coalición Republicana (CR) hubo cambios, con el derrumbe de Cabildo Abierto (objetivo buscado por blancos y colorados).
El FA necesita atar acuerdos en la Cámara de Diputados. Cabildo y Salle (con su partido Identidad Soberana) pueden ser posibles apoyos puntuales. La posibilidad de grandes acuerdos bipartidarios (CR-FA) -más allá de los discursos- parece baja, aunque pueden darse para asuntos específicos. Por otra parte, hay un compromiso político implícito con su electorado de revisar y -eventualmente- revertir cosas que aprobó el actual gobierno y que el FA criticó duramente. ¿LUC?, ¿Seguridad Social?; habrá que ver cuánto y cómo.
Finalmente, hay que volver a remarcar que el escenario económico no es sencillo para el próximo gobierno. A nivel global se viene un nuevo empuje proteccionista, hay un déficit fiscal importante y Uruguay tiene problemas de competitividad. Y con el mapa político que surgió de las elecciones, hay más posibilidades para que los partidos acuerden aumentos de gastos, en lugar de reducciones. Gabriel Oddone tiene trabajo.
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