12 de marzo 2025 - 10:42

Ni Ferrari, ni fundida

Dejando de lado la pandemia, la economía uruguaya hace más de 20 años que no tiene una crisis. Es sólida, con grado inversor en su deuda soberana. Pero tiene desafíos en competitividad y crecimiento.

El ministro Oddone enfrenta el desafío de reducir el déficit y lograr un crecimiento de la economía.

El ministro Oddone enfrenta el desafío de reducir el déficit y lograr un crecimiento de la economía.

Foto: MEF

Para defender la gestión económica del gobierno saliente -que venía bastante discutida en los últimos meses- el senador blanco Sebastián da Silva se bajó del caballo y se subió al automóvil. Echó mano a la figura de una Ferrari para ejemplificar que la economía uruguaya funciona de maravilla. Vaya uno a saber por qué razón aspiracional o de otro tipo, la figura de la exclusiva y emblemática marca italiana prendió fuerte en algunos dirigentes del Frente Amplio (FA), que salieron casi de inmediato a rebatir señalando que “no anda, está fundida, o sin nafta”.

Sin embargo, terminaron haciéndole el juego al senador, porque en las últimas horas -luego de una muy importante presentación sobre la situación económica del país ante los legisladores del Frente en el Parlamento- el ministro de Economía, Gabriel Oddone, señaló que la economía uruguaya es una economía sólida, con una situación fiscal delicada pero manejable. Es decir, ni Ferrari ni fundida.

Así, quienes expresaron una visión catastrofista, quedaron en “offside”. Y también los que expresaron una visión edulcorada sobre la economía, lo cual está lejos de la realidad. Convengamos que en toda etapa política que comienza hay una inclinación a describir lo anterior negativamente, para fundamentar la nueva etapa en sentido positivo. Recorriendo la historia del mundo, hay sobrados ejemplos. En Uruguay también.

Justamente, cabe recordar que un ida y vuelta parecido al ocurrido en los últimos días tuvo lugar en la anterior transición de gobierno, cuando comenzaba su gestión la economista Azucena Arbeleche. El Partido Nacional y el resto de la Coalición Republicana habían sido particularmente duros, en la campaña electoral del 2019, en su crítica a la economía del último gobierno de Tabaré Vázquez. Sin embargo, cuando llegó el momento de presentar el Uruguay ante los organismos multilaterales, las calificadoras de riesgo y los bancos internacionales, el informe que presentó el equipo económico liderado por Arbeleche destacaba la solidez del país, su respeto por las instituciones, los contratos y reglas básicas de la economía; reflejaba además un país proclive y activo en la captación de inversiones. ¿Cómo? ¿No era que era todo un desastre? La historia vuelve a repetirse ahora, con los protagonistas trocados.

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Y la verdad -si bien pueden discutirse matices o ponderaciones- es que Uruguay es un país sólido y tiene una economía que funciona, aunque con debilidades que preocupan. Pero la situación económica no puede describirse con titulares escandalosos o conceptos extremistas. Lamentablemente, la discusión política suele caer en eso y se empobrece. Y la que pierde es la población en su entendimiento de la economía, lo que es preocupante. Si en un plano muy relevante y con complejidades, como es el económico, predominan discursos de barricada y/o superficiales, la democracia retrocede. No le hacemos honor a los valiosos 40 años de democracia continua que estamos cumpliendo.

El problema clave de la economía

En la economía, la principal preocupación es la baja tasa de crecimiento, problema que ya comenzó a expresarse en la segunda administración de Vázquez (2015-2019) luego de la gran expansión de la economía en los años previos. Uruguay vio incrementados sus costos internos y no logró mejorar su competitividad, lo que afectó el empleo. No en vano Vázquez firmó con UPM el contrato para su segunda planta, a sabiendas de que era una necesidad imperiosa para la economía.

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Durante el gobierno de Luis Lacalle Pou el problema del crecimiento quedó en un comienzo soslayado por la pandemia, pero la Coalición tenía mandato para mejorarlo; el gobierno buscó impulsar varios cambios, algunos se consumaron (por ejemplo, en el plano laboral) otros no, otros parcialmente. A su vez, la reforma de la seguridad social (aprobada luego de una intensa discusión en la interna de la Coalición y sin los votos del FA) le dio a la proyección macro y presupuestal una perspectiva sustancialmente mejor. ¿Cómo se tradujo todo eso en la economía? Difícil evaluarlo. La obra de UPM 2 y sus proyectos conexos le dieron un bienvenido impulso que compensó -en parte- el duro impacto de la pandemia (lo de Vázquez fue providencial).

Pero la crisis argentina y la sequía hicieron difícil una evaluación de los resultados. Después de caer seriamente por la pandemia en 2020 (-7,4%), el PIB se recuperó solo parcialmente en 2021 (+5,6%). El desempeño en 2022 fue muy bueno (+4,7), pero en 2023 confluyeron la sequía y lo peor de la crisis argentina (con el aumento del dólar blue que “succionó” más de U$S 500 millones a la economía uruguaya, por desvío de consumo al país vecino).

En 2024 la economía retomó ritmo y crecería más de 3%, pero hay que ver cuánto responde a un “rebote” después del magro 2023 y cuánto a crecimiento efectivo. Para 2025 las proyecciones son modestas (2,5-3,0%), aunque el equipo saliente era más optimista (proyectó un crecimiento de 3,4% para este año; los datos se conocerán el 20 del corriente).

Aumentar la tasa de crecimiento es la preocupación principal también para la nueva administración, tal como ha planteado el ministro Oddone. Entre otras cosas porque si el crecimiento no acelera, será casi imposible responder a las demandas sociales pendientes, desde la seguridad a la infraestructura, pasando por la vivienda, la seguridad social, etc..

Según el ministro, la situación fiscal es manejable, pero impone restricciones. Digerir eso políticamente no es sencillo, aunque ya son varios los referentes del FA que están incorporando el escenario. Es que con un déficit del 4,3% del PIB y la economía creciendo 2-3%, la relación deuda/PIB irá aumentando y eso no es sostenible. Es necesario que se apunte a una meta de déficit menor, a achicarlo. Si la economía crece más de lo previsto, mejor. Pero en materia presupuestal, hay un axioma ineludible: los gastos son fijos, conocidos, los ingresos pueden variar según las circunstancias de la economía, por más afinadas que sean las proyecciones. Si Uruguay pretende seguir teniendo una economía sólida y estable, con grado inversor, funcionando sin crisis, tiene que manejar las cuentas del Estado con mucha cautela.

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